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“Cuando un poeta se sienta en el trípode de la Musa, no puede controlar sus pensamientos […]. Cuando representa a hombres con caracteres contrastantes, a menudo se ve obligado a contradecirse y no sabe cuál de los discursos opuestos contiene la verdad. Pero para el legislador esto es imposible: no debe dejar que sus leyes digan dos cosas diferentes sobre el mismo tema”. Platón, Las leyes IV

Billy Budd, marinero fue publicado en 1924, 33 años después de la muerte de Herman Melville. Lo que sus críticos tildaron de “testamento espiritual” ha dado lugar a un debate insoluble en torno a la posición definitiva del autor, acerca de los principios normativos de la Francia revolucionaria: los Derechos del Hombre. Escrito entre 1886 y 1891, la trama se desarrolla en 1797, durante el período del Directorio en Francia. Gran Bretaña está en guerra con Francia. Además, fue el año de los motines a bordo del Nore y del Spithead, de la Royal Navy. Melville menciona tanto a Edmund Burke como a Thomas Paine, el autor del panfleto (The Rights of Man, 1791) aludido en el nombre del buque mercante que Billy, “El Marinero Apuesto”, es obligado a abandonar para ser reclutado en el Bellipotent. Es decir: es forzado a renunciar al nuevo orden que respeta las libertades civiles, para volver al orden antiguo, “inmerso en el estilo autoritario de la guerra [mired in the authoritarian ways of war]”.

 ¿Suscribió Melville la expansión de las reformas radicales y republicanas de los revolucionarios “Derechos del Hombre” (Paine), o creyó preferible su contención y moderación a un ámbito acotado (Burke)? En otras palabras, ¿es Billy Budd, marinero su “testamento de rebeldía y resistencia” a las injusticias perpetradas por la autoridad para preservar el status quo? O, por el contrario, se trata de un “testamento de aceptación y de resignación” frente a atropellos ocasionales pero indispensables para asegurar el orden.

La lectura política de su novela póstuma recala en las imágenes del océano y el barco como metáforas de naturaleza artificio humano. Cierto es que el océano abraza el navío e impone sus leyes perennes a la navegación, pero el estatuto que establece la organización del Bellipotent ha de ser honrado, so pena de naufragio o motín. Melville no solo confronta poéticamente naturaleza y artificio humano (el océano y el barco), sino también el bien y el mal naturales[1], respectivamente personificados en Billy Budd y John Claggart. El conflicto acontece a bordo, donde no imperan leyes naturales, sino los dispositivos institucionales limitados (y siempre perfectibles) pergeñados por hombres falibles. “La Maldad más allá del vicio” está corporizada en el maestro de armas. John Claggart “no se permite vicios menores”, su perversidad es “conforme a la naturaleza”. No es producto de los malos hábitos, ni de malas compañías, se ubica allende el vicio, como la bondad de Billy, allende la virtud. Ambos desbordan los límites comunales.

Lo que caracteriza a Claggart es la envidia que los perversos sienten hacia las criaturas incapaces de desear el mal ajeno. En cualquier caso, su maldad es citadina, calculada y civilizada; “tiene un séquito de virtudes que la camuflan”. Es casi imperceptible pues la sustenta una inteligencia helada “como los ojos alienados de ciertas criaturas de las profundidades, aún no catalogadas”.

La Bondad natural es personificada por el “Marinero Apuesto” de belleza extraordinaria, física y anímica; estética y moral. Billy Budd es “la criatura inocente” o el buen salvaje. El iletrado pero “canta como un ruiseñor” y es compasivo, como el hombre natural de Rousseau. Es tan sabio como un niño, no conoce de mendacidades, ni capta ironías. Su timidez es la que podría esperarse de “un perro San Bernardo”. Su bondad es tan natural como su justicia, implacable, cuando es víctima del falso testimonio de Claggart, que lo acusa de tramar un motín a bordo. El acto violento de Billy, que hiere de muerte al maestro de armas, representa literariamente la ira del manso, frente a un acto de injusticia que el brazo de la ley no logra alcanzar. 

Si prestamos atención al subtítulo en inglés, “An Inside Narrative”, Melville no solo invierte la naturaleza y el destino de los personajes: Billy, la criatura inocente, mata; Claggart, el perverso, es la víctima aparente. Toda la narración de cómo sucedieron realmente las cosas es revertida en el capítulo XXIX, que expone el comunicado naval oficial, según el cual Billy es ajusticiado por conspirador y asesino. El reporte de la marina exonera a Claggart, ¡pero el resto de la novela dice otra cosa!

Quien debe arbitrar el conflicto es el Capitán Vere. Como responsable del orden a bordo del Bellipotent, antepone “la fidelidad al pacto” a su afecto por Billy. Con insuperable elocuencia, proclama: “Do these buttons that we wear attest that our allegiance is to Nature? No, to the King. Though the ocean, which is inviolate Nature  primeval, though this be the element where we move and have our being as sailors, yet as the King’s officers lies our duty in a sphere correspondingly natural? So little is that true, that in receiving our commissions we in the most important regards ceased to be natural free agents”.Vere no duda en sacrificar a Billy y sentencia: “¡Herido de muerte por el Ángel de Dios, y sin embargo, el Ángel debe ser colgado [and yet, the Angel must hang]!”.

Hannah Arendt subraya la esencial limitación de la institución humana para gestionar la contienda entre el Mal y el Bien natural, pero celebra la eventual perpetuación del orden, aún al precio de una víctima sacrificial. En tal sentido interperta la proclama final de Billy antes de ser colgado, replicada a coro por la tripulación: “¡Dios bendiga al Capitán Vere!”. En la misma línea, leemos las páginas finales de White Jacket de 1850, donde Melville se resigna a las condiciones a bordo de la fragata Neversink (donde él mismo prestó servicios a la armada estadounidense), al tiempo que denuncia la penosa realidad de la vida en alta mar, bajo la apariencia de un orden lustroso e imperturbable. “Tenemos una Enfermería para los heridos y los indefensos, aunque nos apresuramos a perderlos de vista, y aunque puedan gemir debajo de las escotillas, escuchamos poco de sus tribulaciones en cubierta. […]. Visto desde fuera, nuestro oficio es una mentira [our craft is a lie]; porque todo lo que se ve exteriormente es la cubierta bien barrida y los tablones pintados a menudo que se encuentran por encima de la línea de flotación; mientras que la vasta masa de nuestro tejido, con todos sus almacenes de secretos, se desliza para siempre muy por debajo de la superficie”.

Si el lector apresurado busca un desplazamiento literal de la plasticidad metafórica y alegórica a una circunstancia histórica concreta, yerra. La literatura ofrece imágenes sugerentes que interpelan al lector de todo tiempo y lugar. En este caso, aludiendo a experiencias humanas universales en relación a la inherente limitación de las leyes humanas para hacer justicia (en todo caso, además, Billy en la ficción es un joven de 20 años, en el mundo real sería un niño de 4 o 5). 

Cierto es que H. Arendt recurre a Melville y sus personajes proverbiales en On Revolution para aludir a las perplejidades teóricas (y jurídicas) que suscita «la introducción de un absoluto» (los Derechos del Hombre) en la esfera pública, por lo que parece suscribir la posición del E. Burke al respecto. Para Arendt la ley humana es limitada, falible, acotada temporal y territorialmente. Si bien no duda de que toda ley humana recibe “su relativa estabilidad” de fuentes de “máxima estabilidad” (menciona tres: la Ley natural, la Common Law y el Decálogo, como una revelación en la historia), Arendt no cree que el entramado de referencias entre uno y otro plano (el «medio denso» de E. Burke) sea una cuestión soluble en absoluto. Por esa razón subraya la (sana e irresoluble) tensión entre filosofía y política.

Si insistimos en desplazar la aporía de Billy Budd, marinero a los hechos históricos concretos, debemos ir a su Eichmann en Jerusalen. Allí menciona el caso de Sholom Schwartzbard, el judío ucraniano que mató premeditadamente a Simon Petliura al grito de «¡Por los progromos!» en París, en febrero de 1926. Petliura era el responsable impune de la matanza de 60.000 judíos en Ucrania.  Schwartzbard no intentó huir, sino que se entregó inmediatamente a la justicia. Claramente, delinquió pues tomó la ley en sus manos. Dicha gestión de la justicia sin mediación es sobre la que advierte Locke cuando describe los peligros latentes del estado de naturaleza, que no es per se la guerra, sino una posibilidad muy real. De allí la necesidad de pactar para que la mediación institucional desactive la temible inmediatez de la relación yo-tu. Lo más perturbador del caso examinado por Arendt (y el de Melville con la alegoría de Claggart vs BB, y su víctima sacrificial) es que el Tribunal de París, exoneró al asesino de Petliura en 1927. Melville, en cambio, no perdonó a Billy.


[1] En mi opinión, Melville juega con un concepto ambiguo de naturaleza. Cuando busca destacar la justicia allende la institucionalidad que espolea el acto violento de Billy, da cuenta del desajuste entre la ley humana y la tradicional ley natural. Cuando describe la bondad natural de Billy, el lector inmediatamente imagina el buen salvaje de Rousseau. Dicho hombre natural se define en conformidad con la categoría de naturaleza del XVIII (al menos así, interpreta Leo Strauss a Rousseau).

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