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En mayo de 1922 se publicó España invertebrada, de José Ortega y Gasset, cuyo rotundo éxito motivó prontamente una segunda edición revisada. En rigor, su portada llevaba por fecha 1921, seguramente porque la obra recogía artículos de prensa divulgados con antelación. De hecho, en carta de agosto 1937 a su traductora alemana Helen Weyl, dice Ortega: “Por cierto que la fecha de publicación de ‘España invertebrada’ es 1921, puesto que en ese año fue publicado en El Sol, de Madrid”.

Todavía en 1928 Ortega no se mostraba interesado en consentir su traducción. En efecto, en febrero de ese año le confiesa a Weyl: “Este libro –como todos los míos– escrito con intenciones puramente domésticas, para uso interno de los españoles, no puede tal y como es publicarse en Alemania. Hay que quitarle y modificar muchas cosas, sobre todo hay que agregarle algunas. Casualmente estoy ahora publicando y escribiendo otra obra que significa el complemento de aquélla” (en alusión a La rebelión de las masas que también había comenzado a darse a conocer por entregas). No será hasta comienzos de 1937 cuando manifestará a la misma interlocutora su aprobación para tal proyecto.

Las razones de este cambio de parecer habían sido expuestas en el prólogo a la cuarta edición (1934), donde Ortega define a España invertebrada como un “ensayo de ensayo”, de pretensiones teóricas y no combativas (“mansas contemplaciones del hecho nacional”), escrito además en perspectiva histórico-filosófica. Señala ahí: “Cuando este volumen apareció, tuvo mayores consecuencias fuera que dentro de España. Fui solicitado reiteradamente para que consintiese su publicación en los Estados Unidos, en Alemania y en Francia, pero me opuse a ello de modo terminante. Entonces los grandes países parecían intactos en su perfección, y este libro presentaba demasiado al desnudo las lacras del nuestro. Como puede verse en el prólogo a la segunda edición, publicada muy pocos meses después de la primera, yo sabía ya que muchas de estas lacras eran secretamente padecidas por aquellas naciones en apariencia tan ejemplares, pero hubiera sido inútil intentar entonces mostrarlo”.

 Como quiera que sea, mi propósito no es detenerme en la consideración detallada de una obra que, a un siglo de distancia, continúa siendo objeto de relecturas y controversias. Solo me atendré a la teoría de la nacionalidad allí expuesta, con especial referencia a la mención de Ernest Renan y su conferencia “Qué es una nación” (1882) que considero uno de los tópicos de España invertebrada que más interpelan al lector contemporáneo, al margen de la circunstancia a la que estuvo deliberadamente adscripta en su origen.

Como es sabido, para Renan ningún criterio material resulta suficiente para definir a una nación, trátese de la geografía, la pertenencia étnica, la comunidad lingüística o los intereses comerciales, como tampoco la afinidad religiosa. Antes bien, el pensador francés consideraba que una nación es ante todo “un principio espiritual” compuesto, por un lado, por “un rico legado de recuerdos” y, por el otro, por “el consentimiento actual, el deseo de vivir juntos, la voluntad de seguir haciendo valer la herencia indivisa que se recibió en común”.

La nación sería entonces, según Renan, el resultado de “una gran solidaridad” entre un pasado que se arrastra (en el cual los duelos y dolores compartidos importan más que los triunfos) y, en el presente, “el deseo claramente expresado de continuar la vida en común”. De ahí la consagrada fórmula del “plebiscito de todos los días” que decide sin dudas un programa a realizar, pero, al mismo tiempo, la conservación de un pretérito.

España invertebrada empiezacon una cita tomada de la Historia de Roma, de Theodor Mommsen, para quien “la historia de toda nación, y sobre todo de la nación latina, es un vasto sistema de incorporación”, a lo que añade Ortega la importancia que reviste, a la hora de definir esa historia, su período decadente. Por incorporación no debía entenderse mera “dilatación de un núcleo inicial”, sino organización de varias comunidades preexistentes en una estructura nueva, tal como ocurriera a partir de la articulación de la Roma palatina con la del Quirinal y la ulterior incorporación de todos los pueblos conocidos desde el Cáucaso al Atlántico, o, como refiere asimismo Ortega, con la inicial fusión de Castilla y Aragón y un “mañana imaginario” que habría precedido a su realización.

Ahora bien, para Ortega, en todo auténtico proceso de incorporación el poder de la fuerza es menos determinante que el ideal nacionalizador, la suma de anhelos que imprimen dinamismo a ese proceso: el “proyecto sugestivo de vida en común”. En efecto, tal como ocurre con la vida de cada cual que es ante todo pervivir, “algo que se hace hacia adelante”, las naciones también “se forman y viven de tener un programa para el mañana”. “Por eso decía Renan que una nación es un plebiscito cotidiano. En el secreto inefable de los corazones se hace todos los días un fatal sufragio que decide si una nación puede de verdad seguir siéndolo”.

Ortega escribía esto en el contexto de una España que veía afectada desde hacía décadas por separatismos territoriales y otras tendencias secesionistas, síntomas de un proceso de desintegración que, en el presente, se revelaban además como casos específicos de un fenómeno más general o enfermedad endémica que llamó “particularismo”. Con esta expresión se refería puntualmente a la fragmentación que se produce cuando “las partes de un todo quieren vivir como todos aparte”, trátese de entidades subnacionales, clases sociales, profesiones, partidos políticos, gremios, iglesias o aun el poder central, encerrados cada cual “en el reducido horizonte de sus preocupaciones” y sin “sensibilidad para la interdependencia social”.

Siendo así, Ortega se pregunta cómo mantener despierta en una nación esa “corriente profunda de solidaridad”, refractaria a la acción directa, que la diferencia de un mero conglomerado. Su respuesta es que ello solo es posible en la medida en que la convivencia nacional sea entendida como una realidad dinámica, movida por “fuertes empresas incitadoras” y con “elasticidad” suficiente como para que los esfuerzos individuales redunden en un “mutuo aprovechamiento”. A este fin, no se requerirían necesarias coincidencias entre las partes sino “sensibilidad táctil” suficiente para sentir la existencia del otro en lugar de vivir en compartimentos estancos, cada cual “herméticamente cerrado dentro de sí mismo”, sin ideas ni valores que los trasciendan ni “la menor curiosidad por lo que acontece en el recinto de los demás”.

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En La rebelión de las masas (1930), la tesis de España invertebrada parece a primera vista mantenerse. En efecto, Ortega insiste en que la convivencia de grupos nativamente separados supone un proyecto incitador, la invitación a llevar a cabo una tarea o programa de vida. Ni la sangre, el idioma, el terruño o “lo que fuimos ayer” definirían esa convivencia sino “la voluntad de hacer algo en común”. En otros términos, el Estado nacional (“lo que hoy solemos llamar nación”, puntualiza Ortega) constituiría un tipo de unidad política independiente de cualquier adscripción que se pretenda definitiva por tratarse, ante todo, de una “comunidad futura en el efectivo hacer”.

Ortega recurre de nuevo a la fórmula del plebiscito cotidiano, la cual nos permitiría decidir libremente un futuro. Sin embargo, en Renan, como vimos, ese interrogante que colectivamente nos hacemos tendría por objeto “continuar la vida en común”, lo cual presupone, cuando menos en parte, la recepción de esa “herencia indivisa” que, como sostiene en su conferencia, legitima el culto rendido a quienes debemos lo que somos. De ahí el carácter “arcaizante” o “retrospectivo” que le atribuye Ortega, dado que, entendido en esta acepción, el plebiscito serviría para definir una nación ya hecha pero no a un determinado grupo humano “mientras vivía en presente eso que visto desde hoy es un pasado”. “El filólogo –continúa Ortega– es quien necesita para ser filólogo que, ante todo, exista un pasado; pero la nación, antes de poseer un pasado común, tuvo que crear esta comunidad, y antes de crearla tuvo que soñarla, que quererla, que proyectarla. Y basta que tenga el proyecto de sí misma para que la nación exista, aunque no se logre, aunque fracase la ejecución, como ha pasado tantas veces. Hablaríamos en tal caso de una nación malograda (por ejemplo, Borgoña)”.

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Cabe preguntarse por el motivo del énfasis puesto en La rebelión en esa dimensión de futuro. Una respuesta probable quizá tenga que ver, por un lado, con la prédica constante de Ortega por una España superadora de todos los exclusivismos que desde hacía tiempo la desgarraban (prédica acentuada todavía más tras la proclamación de la Segunda República en abril de 1931) y, por otro, con su propuesta de unidad europea que, sin destruir lo peculiar de cada nación, pudiese formalizarse mediante una organización política común conjurando sus latentes conflictos internos, las erupciones de un caduco nacionalismo, o una eventual amenaza externa. Aspiraciones ambas, por lo demás, que para Ortega no suponían reemplazar la realidad observada por un esquema abstracto sino por su respectiva y mayor perfección: la de una España vertebrada en torno a consensos básicos, y la de una Europa convertida en idea nacional.

Tanto en La rebelión de las masas como en su “Prólogo para franceses” (1937) y su “Epílogo para ingleses” (1938), Ortega defiende la concepción de Europa como una vasta sociedad con un fondo de valores compartidos que, habiendo precedido en el tiempo a las diversas naciones europeas, permitía pensar la existencia de un gran Estado continental. Así escribe al respecto: “No niego que los Estados Unidos de Europa son una de las fantasías más módicas que existen y no me hago solidario de lo que otros han pensado bajo estos signos verbales. Mas, por otra parte, es sumamente improbable que una sociedad, una colectividad tan madura como la que ya forman los pueblos europeos, no ande cerca de crearse su artefacto estatal mediante el cual formalice el ejercicio del poder público europeo ya existente. No es, pues, debilidad ante las solicitaciones de la fantasía ni propensión a un ‘idealismo’ que detesto, y contra el cual he combatido toda mi vida, lo que me lleva a pensar así. Ha sido el realismo histórico quien me ha enseñado a ver que la Europa como sociedad no es un ‘ideal’, sino un hecho de muy vieja cotidianeidad. Ahora bien, una vez que se ha visto esto, la probabilidad de un Estado general europeo se impone necesariamente”.

Posteriormente, en la conferencia De Europa meditatio quaedam, dictada en Berlin en 1949, Ortega insistirá en que “las naciones europeas han llegado a un instante en que sólo pueden salvarse si logran superarse a sí mismas como naciones, es decir, si se consigue hacer en ellas vigente la opinión de que la nacionalidad ‘como forma más perfecta de vida colectiva’ es un anacronismo”. Dejo para otra oportunidad el comentario más detenido de este texto en donde Ortega, al deslindar el concepto de nación, incorpora algunas rectificaciones al componente voluntarista o más puramente prospectivo que había caracterizado a sus posiciones precedentes para hacer suya la idea –más fiel a Renan ahora– de que son dos las dimensiones sustantivas que conviven o se combinan en la “creación continua” de una nación: tradición y empresa a la vez o, para decirlo con Andrés de Blas Guerrero, “la acción combinada de la voluntad, la historia y el horizonte de futuro”. “Sin duda se nace en la Nación y los individuos no la hacen un buen día, pero el caso es que, por otro lado, no hay Nación si además de nacer en ella no se preocupan de ella y la van, día por día, haciendo y perhaciendo”. De este modo, agrega Ortega, la nación “prolonga hacia el futuro, como ideal a realizar, la figura misma de su pasado, intentando su perfección, con lo cual la inercialidad de un pretérito se transmuta constantemente en meta y ejemplaridad para un porvenir”.

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Como afirma López de la Vieja, “Ortega y Gasset pensó de acuerdo con la época: es decir, en y para una única cultura occidental y europea, no en un proceso de ‘incorporación’ multicultural […] La pluralidad, tanto en las instituciones como en la identidad cultural misma, deja ya un margen mucho más estrecho a una idea de nación o de cuerpo político unitario, en forma de comunidades homogéneas. La pluralidad ha sido el resultado del proceso de diversificación y modernización social –sólo reversible por procedimientos anómalos, homogeneizadores”.  ¿En qué sentido, pues, podría hablarse de nación en un mundo globalizado, con sociedades multiculturales y plurilingües, en muchos casos “invertebradas”, sin creencias, ideologías ni estilos de vida necesariamente compartidos, donde los sufrimientos de ayer explican en algunos casos las fracturas de hoy sin que se vislumbre tampoco un mañana promisorio para el conjunto? Siguiendo a Lamo de Espinosa, tal vez la respuesta consista en privilegiar una acepción política y democrática que, más allá de lo que indique la etimología, identifique a la nación, culturalmente heterogénea, con el Estado y el demos. Es que, como apunta Lamo, “los Estados modernos unen ciudadanos, no naciones”. De ahí que no parezca desacertado separar la lealtad al Estado de las distintas identidades culturales que, dicho sea de paso, más allá de su cohesión interna, no tienen por qué considerarse excluyentes. Quizá desde esta acepción (que es, insisto, política y democrática) sería posible pensar en naciones que alberguen a una pluralidad libremente reunida dentro de una esfera política común.

Referencias

– Blas Guerrero, A. de (2005). “Nación y nacionalismo en la obra de Ortega y Gasset”. En Llano Alonso, F. y Castro Sáenz, A. (eds.), Meditaciones sobre Ortega y Gasset. Madrid: Tébar, Fundación José Ortega y Gasset.

– Lamo de Espinosa, Emilio (2015). “¿Importa ser nación?”. El país, Madrid, 22 de enero.

– López de la Vieja, M. (1996). “Nacionalidad y cuerpo político”. En López de la Vieja, M. (editora), Política de la vitalidad. España invertebrada, de José Ortega y Gasset. Madrid: Tecnos.

– Märtens, G. (Ed.) (2008). Correspondencia José Ortega y Gasset, Helen Weyl. Madrid. Biblioteca Nueva, Fundación José Ortega y Gasset.

– Ortega y Gasset, J. (2004-2010). España Invertebrada. En Obras completas, tomo III. Madrid: Editorial Taurus, Fundación José Ortega y Gasset.

– Ortega y Gasset, J. (2004-2010). La rebelión de las masas. En Obras completas, tomo IV. Madrid: Editorial Taurus, Fundación Ortega y Gasset.

– Ortega y Gasset, J. (2004-2010). «De Europa Meditatio Quaedam». En Obras completas, tomo X. Madrid: Editorial Taurus, Fundación Ortega y Gasset.

– Renan, E. (2010). ¿Qué es una nación? Buenos Aires: Hydra.

3 Comments

  • Edgardo Madaria dice:

    Estimado Enrique: Creo entender que Ortega plantea como una contradicción la idea aristotélica (sin nombrarlo a Aristóteles) de que el origen de la sociedad política es la familia (varias familias forman una aldea, varias aldeas la polis), con la cita de Mommsen, que él respalda, según la cual el origen es un proceso de incorporación. Incluso refuerza su crítica a la idea de «familia dilatada» o «familia que ha engordado» en la nota nro. 3 que remite a un artículo que publicó luego en «El espectador» («El origen deportivo del Estado»). A mí me parece que dicha contradicción no es tal, en el sentido que ambas «teorías» pueden ser verdaderas. Si el proceso de incorporación se inicia con la unión de la comuna de la Roma palatina con la del Quirinal (y luego con la incorporación de las otras comunidades) puede sobreentenderse que esa primera comuna, como las otras que se le unirán, tuvo como origen propio a esa familia dilatada o, aristotélicamente, la unión de varias familias, aldeas, etc. Más aún, a esa «familia que ha engordado», a esa unión de varias familias del núcleo inicial, puede atribuírsele también lo que Ortega predica (con Renán) de la nación, de las partes que constituyen el todo… en especial la idea de «hacer algo juntos» orientado al futuro. Quisiera consultar si mi interpretación es correcta y, en tal caso, si la no-contradicción que observo también lo es. Muchas gracias.

  • Anónimo dice:

    Estimado Edgardo. Gracias por tu aporte. En primer lugar, debe tenerse en cuenta que cuando Ortega habla de «nación», no siempre utiliza el término en una misma acepción. Sin embargo, me animaría a decir que la acepción dominante en sus escritos es la que equipara el término a Estado, o Estado nacional. Siendo así, la mención que haces en tu comentario del texto «El origen deportivo del Estado» es clave. Me explico. En ese texto, de 1924, incluido en el volumen VII de «El Espectador», Ortega señala que el Estado surge cuando en tiempos primitivos jóvenes de dos o tres hordas próximas deciden reunirse para acometer empresas comenzando por la de robar mujeres extrañas al grupo consanguíneo. Esta empresa requería de un jefe y de una suerte de asociación política primigenia donde se preparaba la expedición. En ese albergue, que Ortega considera aun más antiguo que el hogar doméstico, inicialmente matriarcal y defensivo, habría surgido la exogamia y la guerra, y con ello la autoridad y la ley. Por eso, instituciones como la file y la fratría en Grecia, y la curia en Roma, conservaron en su etimología la indicación de esa primer comunidad, dedicada a robar mujeres y fundadora del Estado.
    En opinión de Nelson Orringer, se trataba de un mito filosófico influido por Emil Lucka y Freud, quienes también habrían coincidido en buscar la raíz de los cambios sociales en las asociaciones de jóvenes solteros estudiadas por el antropólogo Heinrich Schurtz y su libro «Clases de edad y ligas masculinas. Una presentación de las formas fundacionales de la sociedad». Huizinga, en su «Homo Ludens», también se referirá a esos períodos arcaicos en que las tribus se dividen en fratrías confrontadas y exógamas, mencionando entre otras fuentes a Ortega. El hecho de que “El origen deportivo del Estado” aparezca citado dos veces en «La rebelión de las masas» quizá revele que Ortega continuaba para esas fechas (1930) sosteniendo esa tesis.
    Hacia el final de “El origen deportivo del Estado”, Ortega se pregunta por la etimología del vocablo cónsul, que Mommsen relacionaba con el prae-sul de los sacerdotes salios, es decir, el que salta o danza delante. De ahí exul, el exiliado, el que ha saltado más allá de la frontera; de ahí también insula, el peñón que ha saltado en el mar, y, finalmente, consules, los que saltan juntos, los dos prae-sules o jefes de los jóvenes guerreros que convivían en la asociación varonil cuya casa se llamó curia, palabra que, aun sin dar por firme la etimología, Ortega creía proveniente a su vez de curia-coviria, co-varonía, reunión de hombres jóvenes. “Nos es, por tanto, evidente -concluye Ortega- que bajo la especie decaída de la corporación salia hallamos la supervivencia de los primitivos ‘clubs’ juveniles, fundadores del Estado romano. Y para colmo de convergencias sugestivas, recordamos que se enlaza con la instauración de la ciudad la leyenda del rapto de las sabinas como una de las primeras hazañas realizadas por Rómulo y sus compañeros. Nuestra interpretación permite reconocer en esta leyenda un hecho bien general y notorio, característico de un estadio en la evolución social”.
    Lo que quiero decir, en definitiva, es que este texto demuestra que para Ortega el Estado no podía ser el resultado de una familia dilatada. Sin embargo, en textos posteriores, como la conferencia «Meditación de Europa» o «Una interpretación de la historia universal», sus consideraciones sobre el origen de la nación cambian, a mi juicio, considerablemente, en parte porque el vocablo «nación» pierde en gran medida esa sinonimia con el vocablo Estado que revelaban escritos anteriores.
    Espero que haya servido de algo esta aclaración. Muchas gracias.

  • Edgardo Madaria dice:

    Muchas gracias por la respuesta. Entiendo entonces que para Ortega hubo «acontecimientos» (por decirlo así) previos a la formación de la familia que dieron origen a una primogenia asociación política. Siendo tales esos acontecimientos (jóvenes que se juntan para robar mujeres) se entiende que en dicha nota 3 Ortega diga que la familia es posterior y «tiene el carácter de una reacción contra el Estado». Muchas gracias nuevamente.

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