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Allá por 1948 George Orwell señalaba las tres palabras que todo militante de izquierda debía defender – progresista, democrático y revolucionario – y las que debía emplear para criticar al oponente: ¡Burgués! ¡Reaccionario! ¡Fascista! Hoy las primeras palabras permanecen vigentes pero el perfil de la acusación cambió y ahora se grita: ¡Populista!

Este texto ofrece una breve reflexión sobre dos cuestiones relacionadas con la irrupción de Javier Milei en la arena política y la recepción de su figura. Muchos de sus críticos lo tildan de populista con un tono fuertemente acusatorio, sin ofrecer demasiadas precisiones o evidencias al respecto, ni tampoco concesiones. En respuesta a esas críticas (gran parte de las cuales provienen de la comunidad científica) analizaré primero la caracterización de Milei como un populista. En segundo lugar abordaré el debate público generado en torno al caso, señalando el lamentable debilitamiento de la cultura de la argumentación.

¿Milei populista?

El principal referente teórico sobre populismo, Ernesto Laclau (La razón populista, 2005), lo define como una manera de entender y practicar la política cuyo rasgo esencial es un líder individual con un discurso de base emocional, quien crea un antagonismo insuperable entre el pueblo y las élites dominantes. El objetivo de la operación populista es interpelar y desmantelar las instituciones de la democracia liberal y la economía capitalista global.

La cuestión a dirimir entonces es si Milei concibe o practica la política de un modo populista, para lo cual citaremos algunas de sus declaraciones públicas a continuación:

Visión del Estado. “[Soy] un liberal en lo institucional, lo que pasa que soy minarquista de corto plazo y a largo plazo soy un anarco-capitalista”.

Crítica a las elites políticas. “Los políticos ladrones [son] una casta de tremenda voracidad”.

Anti-personalismo. “[Soy] un hombre circunstancial, lo importante son las ideas”.

Orden institucional argentino. Celebrando los 140 años de la promulgación de la Constitución Nacional: “Hasta que no volvamos a abrazar las ideas de la libertad no vamos a salir del pozo en el que nos metieron los políticos. Hay futuro, pero sólo si ese futuro es liberal” (Tweet del 1° de mayo de 2023).

En suma: Milei defiende las libertades individuales, desconfía del aparato estatal coercitivo y explotador, critica a una clase política con poco control y rendición de cuentas, y aspira a reinstaurar el orden institucional de 1853. Sin embargo, este perfil liberal ha sido ignorado por quienes lo catalogan de populista. Así, algunos análisis afirman que Milei:

– Desprecia los controles del sistema representativo, y tiene un liderazgo verticalista que apunta a la concentración de poder.[1]

– Descalifica a quienes reciben planes sociales, y rechaza la noción de justicia social, en una “perfecta síntesis de la barbarie: estigma, desprecio y sesgo anti-política”.[2]

– Defiende un populismo dicotómico y excluyente, por lo cual “es una negación de la democracia”.[3]  

– Es “demagogo” y “caudillo”, “el estereotipo antiliberal”.[4]

– Es el portador de “una dosis considerable de mesianismo”.[5]

– “Apela a los sentimientos de bronca más que a los pensamientos de construcción hacia el futuro”.[6]

– “Quizás Milei tenga la intención de erosionar la democracia desde adentro”.[7]

– “No se puede poner punto final a la historia para empezar de cero.”[8]

Analicemos estas afirmaciones, dejando de lado por ahora los aspectos formales para adentrarnos en cuestiones sustantivas:

1) Por definición, el mesianismo promete una salvación final de la mano de un mesías. Desde un punto de vista político, esa promesa sería la de un líder que se presenta como el único elegido, y es aceptado de modo incondicional por sus cualidades salvadoras. En ese sentido, todo mesianismo implica un personalismo y una excepcionalidad (una sola persona es la portadora del mensaje de salvación o de implementar la solución esperada). Si esto es así, alguien a quien le importe más defender las ideas e instituciones que su rol o éxito personal difícilmente pueda ser considerado un mesías.  

Puede tratarse, eso sí, de alguien carismático o con el suficiente coraje disruptivo como para cambiar un estado de situación indeseable. Pero ni el carisma ni el coraje tienen pretensión de exclusividad, como lo tiene el mesianismo. El carisma de Milei lo volvió popular entre votantes frustrados y desesperanzados con el sistema representativo actual, pero ni la popularidad (ni el fanatismo que pueda llegar a provocar) son sinónimos de mesianismo.

Desde un punto de vista psicológico, el mesianismo es una forma de delirio en donde se ve la realidad de forma distorsionada. Este tipo de delirio no se podría aplicar a quien describa correctamente el estado crítico de la situación nacional, aunque sí se podría aplicar a quien de modo ilusorio anuncie metas y acciones irrealizables para resolver la crisis. Pero, en este sentido, M. Macri prometió en su momento alcanzar un nivel de “pobreza cero” y hasta donde yo sé afortunadamente nadie lo tildó de delirante y mesiánico.     

2) En relación a las políticas públicas, quien prometa terminar con los planes sociales que benefician a una gran mayoría de la gente no puede ser tildado de populista. Si el pueblo incluye a una clase media marginada y explotada, remover los subsidios a la educación, a la salud, al transporte, etc. tampoco sería una medida populista porque atentaría contra las demandas populares.

Por otro lado, la idea de reducir o terminar con los planes sociales no tiene porqué ser interpretada como una señal de estigma o desprecio hacia los “planeros”. Una lectura más benigna, y más alineada con el perfil liberal de Milei, podría presentarla como un intento por recuperar la ética del trabajo como motor del progreso personal y general. O, mejor aún, un intento por restaurar la fe en que todas las personas pueden desarrollar sus capacidades y virtudes para salir de un modelo de dependencia asistencialista crónico.

3) Con respecto a la crítica de Milei a la “casta” (la Real Academia Española utiliza la palabra “partidocracia”, un sinónimo más elegante pero no menos displicente): si esa crítica es tomada como un símbolo de barbarie o inadaptación, entonces todo el liberalismo clásico entraría en esa categoría, incluyendo a F. Hayek, J. Buchanan, y M. Friedman, quienes insistieron en denunciar los privilegios y beneficios sectoriales de la “tiranía del status quo” (M. Friedman, Capitalism and Freedom, 1962). Sin embargo, ninguno de ellos fue considerado un inadaptado por explicar en qué sentidos los gobiernos en manos de políticos corruptos y/o irresponsables generan costos excesivos y una carga crecientemente insostenible para la sociedad moderna. De hecho, ¡los tres pensadores mencionados recibieron el Premio Nobel de Economía por haberlo demostrado!

En este punto cabe diferenciar entre las posturas anti-sistema y las anti-casta. Las primeras buscan reformar o terminar con el sistema político de la democracia liberal (por ejemplo, los populistas á la Laclau); las segundas buscan cambiar las prácticas usuales de la clase política sin ánimo de reemplazar el sistema democrático. Aplicando esta distinción, Milei se posiciona dentro de la categoría de los anti-casta, no como un anti-sistema. En ese sentido, la premisa de Sarlo de que Milei tiene una lógica anti-democrática es falsa.

4) Es indudable que Milei denota una gran falta de civilidad evidenciada en su intolerancia y descortesía hacia quienes no comparten sus ideas, o cuando compara a la casta con “parásitos”. Pero esa actitud no se traduce en una propuesta de persecución del oponente, ni en la violación del debido proceso legal, ni en restringir libertades civiles, tal como lo hizo el peronismo en la Argentina.[9] Por el contrario, su idea de fortalecer el Estado de derecho se basa en el respeto de los derechos individuales y de los debidos procesos para protegerlos, y ello lo alejaría de esas inclinaciones. En este sentido, sería deseable que Milei mejore sus modales y al mismo tiempo que no se aparte de la agenda prometida.

En conclusión: Milei no intenta “empezar de cero” sino reinstaurar los valores liberales de la Constitución de 1853. Esos valores resaltan la institucionalidad, la cooperación social sin restricciones y la libertad e igual dignidad de las personas. En contraste, el populismo invoca el personalismo y conlleva el riesgo de autoritarismo defiende el antagonismo social, y demuestra una lógica filosófica y programática fundamentalmente opuesta al liberalismo. Hay varios caminos teóricos y prácticos para transitar hacia el populismo: el neo-comunitarismo de Juan Carlos Scannone, y el populismo según Laclau ofrecen algunas de esas perspectivas. Pero ninguno de esos caminos está construido con material libertario. Por lo tanto, hablar de populismo libertario resultaría un oxímoron.

La ética de la argumentación en el debate público

Pablo Da Silveira, el actual Ministro de Educación de Uruguay, es autor del libro Cómo ganar discusiones (o al menos cómo evitar perderlas). Una introducción a la teoría de la argumentación (Buenos Aires, Aguilar, 2004).  En su opinión, los principios rectores de una buena argumentación deben incluir la “caridad interpretativa” (construir la mejor versión de la argumentación que vamos a criticar), y la “responsabilidad”, que exige no discutir de modo malintencionado y poco riguroso, ya que la cultura argumentativa es un bien común que debemos preservar y transmitir.

Considero que estos principios de la ética argumentativa no han sido respetados en el debate público sobre la figura de Milei y su propuesta libertaria por parte de quienes lo acusan de populista, caudillo, etc. Algo no se vuelve “verdad” porque alguien (un escritor, un profesor, un periodista) así lo anuncie. Los argumentos empíricos deben ir acompañados de citas, fotos, documentos o entrevistas que los avalen. Y la lógica de la argumentación exige evitar el uso de falacias o errores argumentativos, que resulta oportuno recordar aquí a fin de evitarlas a futuro.

Como lo explica de forma muy didáctica y clara Ezequiel Spector, la falacia ad hominem consiste enpensar que una opinión es incorrecta según quién la enuncie; la falacia del espantapájarostergiversa u omite una opinión para debilitarla, y la falacia de apelación al temor presenta argumentos que asustan o intimidan sin ofrecer razones para sustentarlos. Para ilustrar esto último, cabe traer a colación una reciente carta firmada por profesores e intelectuales que llaman a no votar por Milei en las elecciones presidenciales. Entre otras aseveraciones, escriben: “Es la primera vez en 40 años de democracia que candidatos con discursos que promueven la violencia social y política, el desconocimiento de toda idea de equidad y, muy especialmente, la reivindicación de la dictadura militar, llegan con grandes posibilidades de triunfo a una elección presidencial”.

La respuesta de Gustavo Noriega a la carta es muy acertada, al señalar la sorprendente inexactitud histórica y la memoria recortada de los firmantes. Peor aún le resulta la deshonestidad de afirmar que Milei reivindica la dictadura militar, sin respaldar esa acusación con ninguna evidencia. Con lo cual, y agrupando las opiniones de los analistas apocalípticos, Milei no solo sería un populista, demagogo, mesiánico, anti-democrático y estigmatizador, sino también un apologista de la violencia y un aliado de represores y criminales.

Por fortuna, hay excepciones a esas lecturas sesgadas y falaces. Por ejemplo, Pablo Stefanoni utiliza criterios más rigurosos al inscribir a Milei en una tradición electoral que impulsa la alianza de los libertarios con la derecha conservadora para alcanzar a un público más amplio, utilizando canales inexplorados hasta este momento. Stefanoni describe cuál es esa tradición y sigue así el requisito de acompañar su teoría con textos y hechos, como todo análisis con pretensión de objetividad debe hacer.

A modo de conclusión, y frente al actual desbande de epítetos y falacias aplicadas al caso Milei en el debate público, vuelvo a parafrasear a Orwell: “Lo único que se puede hacer por el momento es utilizar la palabra [Milei] con cierta prudencia y no, como se hace habitualmente, degradarla al nivel de una palabrota”.


[1] Ignacio Labaqui. “El pueblo libertario de Javier Milei”. Seúl, 12 de septiembre de 2021. https://seul.ar/milei-populista/

[2] Fernando J. Ruiz. “Sin acuerdos en el país de Alberdi y Perón”. Perfil. 12 de marzo de 2023. https://www.perfil.com/noticias/elobservador/sin-acuerdos-en-el-pais-de-alberdi-y-peron.phtml

[3] Beatriz Sarlo. “Populismo de derecha”. Perfil. 9 de abril de 2022.

https://www.perfil.com/noticias/columnistas/populismo-de-derecha-por-beatriz-sarlo.phtml

[4] Loris Zanatta. “Algunas precisiones sobre liberales y libertarios”, Clarín, 18 de octubre de 2022.

https://www.clarin.com/opinion/precisiones-liberales-libertarios_0_Kbn4Z11lB.html

[5] Andrés Rosler. “La revolución de Milei”, 25 de mayo de 2023. URL:

http://lacausadecaton.blogspot.com/2023/05/la-revolucion-de-milei.html

[6] Andrés Malamud, “Milei es un representante del populismo de derecha”, Entrevista de Esteban Trabuco, A24com, 18 de julio de 2023.

 https://www.youtube.com/watch?v=b2j-ZgqmUsk  [min. 6:48]

[7] Carlos Gervasoni, “Es el final del kichnerismo como fuerza dominante del PJ”, Entrevista de Astrid Pikielny, La Nación, 19 de agosto de 2023.

https://www.lanacion.com.ar/ideas/es-el-final-del-kichnerismo-como-fuerza-dominante-del-pj-nid19082023/

[8] Santiago Kovadloff en Solo una vuelta más, entrevista de Diego Sehinkman, 15 de mayo de 2022. https://www.youtube.com/watch?v=MCZd-GKaiAk [Min. 8: 22-12:21].

[9] Ver al respecto, César Tcach, “El parto de un desencuentro: el duelo peronismo-comunismo en Argentina (1943-1955)” y Alicia Servetto, “Perón, Mazorca, los zurdos a la horca: La derecha peronista y el imperativo de la ‘limpieza ideológica’ en las provincias argentinas durante los años del tercer gobierno peronista (1973-1976)”, en el Congreso Izquierdas y derechas en el siglo XX argentino. Categorías, problemas, abordajes, Córdoba, 2019.

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