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En el ámbito de la filosofía política contemporánea hay discusiones siempre vigentes en torno al liberalismo. Nos proponemos presentar en este espacio un breve aporte y comparar los rasgos salientes del pensamiento liberal con la postura crítica del profesor de Harvard, Michael Sandel.

El núcleo de la tradición liberal clásica tiene como punto de partida una visión antropológica y una filosofía social, sobre las cuales se asientan elementos jurídicos, políticos y económicos cristalizados en un sistema institucional. A continuación presentamos un resumen de esas argumentaciones que a nuestro juicio condensan (pero no agotan) el espíritu liberal:

1) Las personas existen como seres separados y diferentes, con igual dignidad y derechos reconocidos que incluyen el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. Esos atributos exigen el respeto incondicional y el consentimiento individual para hacer uso de los mismos. En este sentido, son las personas quienes deben tomar las decisiones últimas para elegir sus planes de vida y llevarlos adelante con plena libertad. En esa línea, puede hacerse una analogía entre las elecciones libres en una democracia y la libre competencia en la economía, es decir, la primacía de las decisiones individuales en el mercado es análoga a la primacía de la ciudadanía para elegir entre propuestas políticas alternativas (que incluye elegir candidatos a cargos públicos, pero no se limitan a ese único momento electoral).

2) Las personas son en diferente grado racionales, afectivas, auto-interesadas, solidarias, tolerantes, etc. Este retrato multifacético reconoce la existencia de diversas disposiciones, motivaciones y fines que impulsan la acción humana, y no reduce ésta a una sola dimensión. Ni la racionalidad, ni el egoísmo, ni el altruismo, ni el sacrificio, ni el auto-control definen las elecciones de seres libres, quienes, por definición, pueden en la práctica combinar cualquiera de esos rasgos en la consecución de sus planes de vida siempre y cuando respeten las combinaciones ajenas.

En otras palabras, el liberalismo no indica a las personas cómo “florecer” pero sí rechaza las posturas que excluyan otras formas de florecimiento. El liberalismo permanece imparcial o neutral respecto de cuáles proyectos de vida deben elegir las personas y cómo o quien quiénes llevarlos adelante. Por otro lado, en la medida en que el respeto de los proyectos de vida depende de la conducta moral y la responsabilidad individual, es menester adoptar instituciones que no desincentiven esas conductas.

3) Los procesos e instituciones sociales en el orden liberal son el resultado de las acciones y decisiones individuales que conducen, de un modo no intencional, a un orden cooperativo y auto-organizado. Los ejemplos centrales incluyen el lenguaje, el derecho consuetudinario y el origen de la moneda. Ese orden no tiene fronteras ni está determinado según leyes de desarrollo económico u otras. Por el contrario, la configuración que emerge escapa a cualquier receta fijada de antemano e impuesta en nombre de la necesidad, la voluntad popular, el bien común o el criterio de un funcionario.

El liberalismo asume la capacidad de todas las personas para poder utilizar sus conocimientos y habilidades y así colaborar mutuamente en pos de la consecución de objetivos individuales y compartidos. De ese modo, el orden social cooperativo y auto-organizado permite obtener resultados superiores a la planificación y la regulación estatal que tienden – de modo consciente o no- a obstaculizar, reducir o eliminar los beneficios de la cooperación.

4) El orden social cooperativo y auto-organizado se asienta en la defensa de la libertad natural y la igualdad moral de las personas. El derecho individual a la vida, la libertad, la propiedad (incluyendo la de los medios de producción) y la seguridad debe ser reconocido y protegido por las normas e instituciones adoptadas a tal fin. Una administración de justicia eficaz ofrece una activa protección de esos derechos y evita de ese modo el desorden que emana de las injusticias, entendidas como restricciones o violaciones a los derechos individuales. También la provisión de servicios de defensa y seguridad debe procurar la eficacia y estabilidad necesarias para la protección de los derechos señalados. Por último, solo es legítimo un Estado que cumpla con la función de protección de derechos en base a normas generales y que cree las condiciones para asegurar la paz y la prosperidad sostenidas.

5) El problema principal es cómo controlar que el Estado respete y no se exceda de esa función. El liberalismo siempre se ha preocupado por limitar la concentración del poder político y evitar la opresión estatal sobre los individuos. Si se han de proteger las libertades de esos abusos, argumenta, los gobiernos deben estar estructurados de tal manera que impidan que una sola persona o grupo de personas use el poder para su propia conveniencia y en contra de la vida, la propiedad y el bienestar de las demás personas. Bajo esta luz, el liberalismo puede entenderse como el intento de proteger a las personas de la misma institución que se supone debe protegerlas. Implica, por lo tanto, una sospecha permanente de los gobiernos y un control férreo de los mismos mediante la separación de las funciones y las jurisdicciones del poder estatal, y un marco judicial independiente que custodie el orden constitucional.

6) Si bien el problema principal es cómo controlar al Estado, el liberalismo también rechaza toda otra instancia que restrinja la libertad y lesione derechos individuales. En tiempos pasados sus advertencias iban dirigidas contra ciertas prácticas que marginaban, silenciaban o castigaban a los librepensadores y disidentes. En el mundo contemporáneo, las restricciones a la libertad de expresión suelen tomar la forma de condenas, persecuciones y sanciones a quienes se oponen o critican las opiniones dominantes o “políticamente correctas”. Las suspensiones en las redes sociales y la censura previa son armas en manos de quienes defienden la “cancelación” de las voces opositoras. Cabe recordar las palabras de George Orwell al respecto: “Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír”.

Los críticos del liberalismo: el caso de Sandel

En su libro La tiranía del mérito (Buenos Aires: Debate, 2021) Sandel encuentra en las sociedades contemporáneas una amenaza al bien común. Su discurso moralista y su ideal de igualitarismo social constituyen un cuestionamiento tajante de la democracia y los procesos de mercado inherentes al pensamiento liberal. En efecto, Sandel invoca el altruismo, la generosidad y el espíritu cívico para introducir límites a los mercados globales porque a su juicio producen desigualdad, socavan la solidaridad y vacían la esfera pública.

El contraste de la teoría de Sandel con el liberalismo es casi completo. Analizaremos a continuación tres aspectos salientes de esas diferencias.

 Primero, según el autor los individuos deben entenderse principalmente como miembros de una comunidad política preocupada fundamentalmente por la solidaridad y la igualdad, y se distancia así del pluralismo liberal según el cual las personas se interrelacionan en base a distintas necesidades, preferencias e ideales. En el Estado liberal, escribe Nozick, las personas agrupadas en diferentes comunidades persiguen sus propias concepciones del bien, con la única condición de respetar las formas de vida de los demás.

En segundo lugar, Sandel hace una crítica a la neutralidad liberal sobre la base de que ninguna política pública relevante puede decidirse sin tomar en cuenta cuestiones morales o valorativas. Concluye que un Estado neutral como el libertario es imposible de implementar porque escapa al debate sobre esas cuestiones (292, 286). Pero el razonamiento de Sandel confunde dos planos distintos, la neutralidad sobre los valores y la neutralidad respecto de los derechos. Si bien el liberalismo es neutral respecto de los valores que sostienen y guían proyectos de vida particulares, no es neutral respecto del reconocimiento y la protección de los derechos como atributos de todas las personas. Al opinar que “la justicia nos dice como valorar las cosas” (296) Sandel confunde derechos con valores, y reduce la justicia a un criterio ético o normativo, cuando en realidad pertenece a un plano político. El liberalismo es una doctrina política compatible con una pluralidad de criterios éticos (utilitaristas, deontológicos, sentimentalistas, prudenciales, religiosos, etc.).

En tercer lugar, Sandel critica la dinámica de la sociedad moderna de mercado sobre la base de que es corruptora de la vida cívico-comunitaria que defiende. A sus ojos, es una forma tecnocrática de concebir el bien público, en base a intereses materiales, cuestiones técnicas, y el criterio de eficiencia. Sandel reedita con otras palabras la crítica marxista al capitalismo, según la cual las relaciones sociales en ese sistema están marcadas por el “fetichismo” y por los vicios de la ambición y el egoísmo.

Esta objeción se suma a su rechazo de la desigualdad social resultante del mercado, del exitismo y de las frustraciones que produce entre los “perdedores”. Sandel reconoce que proponer la igualdad de resultados es “estéril y opresivo”, y como alternativa defiende la “igualdad de condición” que ofrece “decencia y dignidad” a los trabajadores (224-227). Pero si bien no especifica en qué consiste exactamente esa igualdad de condiciones se infiere que alude a la acción política que imponga algún tipo de pauta redistributiva mediante la coerción estatal.

Dejando de lado las restricciones a la propiedad introducidas por toda pauta redistributiva forzada, el problema que también pasa desapercibido para Sandel es que las acciones estatales están marcadas por las trabas y lentitudes de la burocracia pública, la corrupción política, y los déficits e ineficiencias persistentes. Estos factores socavan la idea de que el igualitarismo promovido desde el Estado pueda funcionar mejor que los mercados en términos de asegurar mejores condiciones efectivas de vida.

En resumen: La democracia liberal no busca construir identidades comunitarias sino permitir a los ciudadanos elegir funcionarios para tomar decisiones representativas, sin necesidad de aludir a ninguna identidad común. Está anclada en elecciones periódicas y limpias, la libertad de poder participar (o no) en la vida política, y la representación de las diversas identidades, ideologías e intereses que las personas elijan abrazar. La filosofía que inspira ese modelo democrático es que existe un bien público – el Estado de derecho- pero no una identidad común. Todo esto a Sandel le parece poco; quiere volver a la Antigua Grecia, al foro de debates permanentes, y sueña con una vida comunitaria donde los ciudadanos se sacrifican en pos del bien común. 

La ausencia de propuestas institucionales concretas en la obra de Sandel nos impide avanzar más en el análisis.  Podemos anticipar que, en la medida en que la política avance sobre el mercado y el pluralismo de la sociedad civil, debilita y erosiona la fuente de los recursos materiales y humanos que permiten sostener una democracia saludable.


* La autora es profesora e investigadora en la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

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