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En 1954 durante la guerra fría en EEUU, Arendt escribió un ensayo sobre la crisis de la educación, que reúne varios tópicos centrales de su pensamiento. Forma parte de sus textos críticos del macartismo, en los que advirtió al público americano que los rasgos totalitarios podrían no ser patrimonio exclusivo europeo. Ciertamente, las detenciones indebidas, acusaciones infundadas, listas negras y otras violaciones de las enmiendas, perpetradas por el senador McCarthy no indicaban un totalitarismo full fletched (Arendt, 1951) sino grave corrupción institucional, incompatible con la moralidad pública de su patria adoptiva. Para Arendt (1972), la raison d’état prevaleciente en Europa central, había sido hasta el siglo XX, un término foráneo y desconocido en EEUU, pero tras la II guerra mundial, se había introducido bajo la fórmula the National Security. Este gesto había contaminado la disposición institucional ubicando a las agencias de seguridad por sobre los tres poderes consagrados por la Constitución. La amenaza temible para las instituciones de su patria -el melting pot, donde “pude gozar de la libertad […] del ciudadano sin pagar el precio de la asimilación”- (Arendt, 2014) era la justificación de repetidas conculcaciones de derechos en el nombre de la seguridad nacional.

Arendt seguramente retenía en su memoria la fórmula de la ley habilitante de 1933, que concedió prácticamente todo el poder legislativo a Hitler en el nombre de la salud del estado y del pueblo alemán, y como “remedio a las necesidades del Volk y del Reich”. Este fue el segundo instrumento jurídico, después del Decreto del incendio del Reichstag, que permitió la deriva de la República parlamentaria a la Alemania nazi. En esa circunstancia, solo los socialdemócratas habían votado en contra de la ley habilitante, pues los comunistas estaban todos presos a causa del incendio del Parlamento.[1] Arendt veía una vergonzosa similitud entre la raison d’ etat y la national security. No solo la caza de brujas, sino principalmente la ruina institucional podría venir de la mano de dicha proclama. Y si bien sostiene que la diferencia entre los regímenes que limitan sustantivamente la libertad y los totalitarismos, que buscan erradicarla no es de grado sino esencial, también es cierto que el desplazamiento entre uno y otro, puede ser subrepticio sobre todo cuando parte del mundo libre cede al allure moralizante del régimen soviético[2]. Esa circunstancia perturbadora es lo que la condujo a sostener en el 51 la quiebra de los fundamentos históricos y tradicionales de la moralidad, y la inviabilidad de una actitud reaccionaria que pregonara la vuelta a las fuentes tradicionales.

En respuesta a esta atmósfera escribió el ensayo sobre la educación, en el que discierne entre educar y adoctrinar, al tiempo que restringe el alcance del estado en dicho ámbito. En línea con sus reflexiones sobre Little Rock (1959), defiende el derecho privado de los padres de elegir con quiénes se juntan sus hijos y de defender las costumbres, tradiciones y convicciones que nutren al niño en el hogar (dicho sea de paso, Jaeger enseña que el primer uso registrado del vocablo paideia, se asocia a la nutrición de los niños). A propósito de la aplicación de las 3 enmiendas producto de la guerra de secesión, en 1957 el Tribunal Supremo ordenó la integración escolar forzosa, es decir, que niños blancos y negros compartieran las aulas de la High School de Little Rock, Arkansas. La medida impactó negativamente en una sociedad altamente segregacionista, que impidió el comienzo de clases desatando una verdadera batalla campal, a punto tal que el entonces presidente Eisenhower tuvo que intervenir enviando tropas federales.

A pedido de Commentary Arendt escribió Little Rock, pero la revista declinó su publicación. Dos años después la sacó Dissent (1959) con una expresa aclaración editorial: “we publish it not because we agree with it- quite the contrary- but because we believe in freedom of expression even for views that seem to us entirely mistaken[3]. A causa de su incorrección política, el ensayo desató un encendido debate acerca de la licitud de acciones legales que pretenden introducir cambios sustantivos en la sociedad, con medidas o decisiones que les competen solo a los padres. Arendt sostiene que hasta los 18 años (o hasta la mayoría de edad), el estado solo debería intervenir en la educación de los niños en la medida en que se trata de “futuros ciudadanos”. El hecho de que las tres enmiendas habían probado ser inaplicables en estados sureños, cuyos estatutos eran flagrantemente ilegales, no justificaba el desplazamiento de un problema de adultos “al patio de la escuela” (1959, p. 50). La integración compulsiva vulneraba derechos familiares al tiempo que descargaba en los niños el gravoso “pecado fundacional”, que había dejado a la población negra fuera del “consenso universal” (1972, p. 90). Por imperativo que fuese darles fuerza de ley, el estado no debía invadir la sacralidad del ámbito y de las decisiones familiares. Arendt valora el hogar y la familia como espacio en el que nos sentimos “incondicionalmente protegidos” y el tránsito desde dicho ámbito (privado) al público acontece en una esfera intermedia, en donde ubica la escuela. De allí que no es deseable que la escuela cuestione o desprestigie los valores y las costumbres del ambiente familiar. Cuando eso ocurre, el niño queda apresado entre dos autoridades vinculantes y podría no ser capaz de gestionar esa confrontación. La distinción entre lo privado, lo social y lo público/político es el tema predominante del ensayo sobre los acontecimientos en Little Rock. Arendt parece ubicar la escuela en el espacio social y como la sociedad (a diferencia del ámbito político) es esencialmente discriminante, tiene por imprescindible cierta comunidad de valores y costumbres entre la familia y la escuela.

En sintonía con el sesgo conservador prevaleciente en cuestiones relacionadas con los niños y la protección familiar, La crisis de la educación anticipa los argumentos en contra de la formula educativa platónica del parágrafo 31 de The Human Condition (1958). Arendt enuncia precozmente la feroz crítica de Peter Sloterdik (2006) a Platón, en su conferencia Normas para el parque [el zoo] humano [4]. La fundación del régimen ideal, conlleva un cambio en los hombres a tal punto radical, que debe empezarse de cero, con los niños. Más aún, Platón desliza la posibilidad de deportar a los viejos (porque no tienen remedio y ya no pueden ser reeducados). Cuando Slotedijk (2006) tilda al autor de República de precursor de las antropo-técnicas del siglo XX, comparte la actitud textista de Arendt y otros pensadores híper sensibles al adoctrinamiento o, en otras palabras, al establecimiento de una elite de técnicos que consigna una currícula indiscutible, funcional a necesidades políticas. Cierto es que no es viable desprenderse por entero de esta estrategia, precisamente porque se trata de “futuros ciudadanos”. De allí, por ejemplo, José Mármol, Esteban Echeverría, José Hernández, pero también J. L. Borges. En cualquier caso, merece pensarse la perturbadora sentencia de Sloterdijk cuando define al humanismo “nacional y burgués” del XVIII: “la lectura correcta domestica” (p. 32).

En La crisis de la educación, cuyo aniversario motivó estas líneas, Arendt destaca la educación como el extremo opuesto al adoctrinamiento. La escuela prepara al niño o al adolescente para el mundo, pues debe abandonar de a poco la calidez y la protección familiar. “Los nuevos”, como llama Platón a los jóvenes, ingresan a un ámbito poblado por muchos y distintos, que debe alojar y gestionar los cambios que exigen las nuevas generaciones, pero también sostener en el tiempo el recambio generacional, proveyendo estabilidad y solidez.

En este marco, la autora pone de relieve el plus que aportan las humanidades a la educación, pues forman integralmente a los iniciados. Es decir, las humanidades forjan el carácter o templan la emocionalidad como el agricultor trabaja la tierra año tras año para que de frutos: el cultivo del alma. Que forme hombres y mujeres íntegros elude la magra especialización y escapa la estrechez de las destrezas técnicas. El adoctrinamiento está en el registro de las técnicas pues busca la uniformidad de visiones y de convicciones. La humanitas ciceroniana, cara a Arendt- repele la razón instrumental; no es un medio estratégico para la obtención de conocimientos, aptitudes o experticias. El cultivo de las disciplinas libres es el medium propicio, la atmósfera apropiada para la formación del carácter. De allí que la humanitas y la integridad personal sobrevuela lealtades de facción, gustos políticos, convicciones religiosas. Instaura “un principio aristocrático de asociación” y reúne a personas que consideramos valiosas por su modo de juzgar, por su buen sentido y su razonabilidad; porque sus juicios “humanizan al mundo” aportando “el factor personal”. Cuando de humanitas se trata, Arendt no sigue a Aristóteles a quien se le atribuye la sentencia “Amicus Socrates, amicus Plato, sed magis aestimanda veritas” (1961, p. 224), sino a Cicerón, quien prefiere “errar con Platón”, a sostener opiniones verdaderas “con sus enemigos los pitagóricos” (p. 225). Lo inquietante del asunto es que el acento está puesto en la amistad de aquellos con quienes “no me disgustaría equivocarme”, por mor de su compañía.

Las reflexiones de Hannah Arendt en torno al sentido de la educación no nos son ajenas, en dos sentidos. En primer lugar, durante los pasados 20 años hemos sido testigos de la progresiva colonización política de la currícula educativa en perjuicio de un principio indeclinable de la historiografía: si bien la revisión es inherente a la historia, nunca se trata de un relato incontestable de cómo son o han sido las cosas. El concepto de relato único, compatible con sesgos totalitarios, conlleva la pretensión del monopolio del sentido último y definitivo de los acontecimientos. En segundo término, volver a la humanitas ciceroniana y a la riqueza de las disciplinas libres es el camino a la integridad personal. Es incompatible con el adoctrinamiento, el fanatismo y las posiciones inflexibles. Promueve la razonablidad en las decisiones y la sensatez de la argumentación, por sobre el enfoque técnico de la razón instrumental, tantas veces enmascarado bajo la rúbrica falaz de humanismo.

Bibliografía

Arendt, H., “Little Rock”, Dissent 6, Winter 1959, pp. 45-56.

Arendt, H, Between Past and Future. Eight Exercises in Political Thought, The Viking Press, New York, 1961.

Arendt, H., The Origins of  Totalitarianism. New Edition with added Prefaces, A Harvest Book, 1994 (Ebook).

Arendt, H., Crises of the Republic, A Harvest Book. Harcourt Brace & Company, San Diego, New York, London, 1972.

Arendt, H., Cultura y política, Madrid, Trotta, 2014.

Kershaw, I. Hitler 1889-1936. Hubris, New York, W. W. Norton & Company, 2000.

Sloterdijk, P., Normas para el parque humano. Una respuesta a la Carta sobre el Humanismo, Madrid, Siruela, 2006.


[1] Al respecto, Ian Kershaw (2000) señala que se ha probado que el incendio fue provocado por el anarquista Marinus van der Lubbe, que actuó solo y que la circunstancia fue aprovechada para sembrar la histeria anticomunista y sacar de circulación a los principales enemigos políticos de NSDAP.

[2] El culto a la personalidad de Stalin se puede observar en ocasión de su cumpleaños 70 en 1949, cuando países del todo el mundo (y no solo las repúblicas soviéticas) enviaron al dictador totalitario mas de 20.000 regalos. En ese entonces, las purgas de Stalin de la década del 30 eran de público conocimiento.

[3] Arendt, H., “Little Rock”, Dissent 6, Winter 1959, pp. 45-56.  Cfr.https://www.dissentmagazine.org/article/reflections-on-little-rock/

Cfr. https://www.normfriesen.info/forgotten/little_rock1.pdf

[4] Se publicó en 1999, pero la versión original de la conferencia fue presentada por Sloterdijk el 15 de junio de 1997 en Basilea, en un encuentro sobre la actualidad del humanismo.

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