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El hombre que en su obra cumbre pensó y diseñó nuestra Ley Suprema, el hombre que en la segunda edición de esa obra redactó su propio proyecto de Constitución (similar al finalmente sancionado en 1853), es el mismo hombre que en esa misma obra nos dice: “no son las leyes las que necesitamos cambiar; son los hombres, las cosas”.

No sorprende la paradoja si consideramos que Juan Bautista Alberdi -de quien estamos hablando- explicó en las Bases que la Constitución se asemeja a un “andamio” para construir “la obra interminable de nuestro edificio político”. Lo más importante no es el andamio -mero instrumento- sino el edificio, es decir, los hombres y las cosas.

No es el “tucumano ilustre” un intelectual formado en la filosofía clásica de Aristóteles. En la lista de autores influyentes que él mismo confeccionó en uno de sus escritos autobiográficos no aparece el estagirita. Tampoco Santo Tomás de Aquino. No obstante, poseía Alberdi el sentido común (“buen sentido” solía decir el tucumano) que aquella filosofía desarrolló y llevó a su más alta culminación. Dicha filosofía, en su profundidad metafísica, distinguió los entes sustanciales de los accidentales. La sustancia existe en sí y es soporte de los accidentes; el accidente no existe en sí sino en otro, en la sustancia. Para nuestro caso, “los hombres y las cosas” son sustancias; la Constitución y las instituciones que ella establece son accidentes. Los que viven son los hombres, que crean instituciones, las cuales viven en ellos.

En estos casi cuarenta años de continuidad constitucional, la política argentina ha introducido numerosos cambios institucionales, ha creado y modificado muchas leyes, incluyendo a la propia Carta Magna en 1994. Sin embargo, esos cambios no parecen haberse materializado en mejoras reales para el país y sus habitantes. En palabras de Alberdi, se ha reformado el andamio pero no ha mejorado el edificio. En términos metafísicos, se cambiaron los accidentes pero no mejoró la sustancia.

No es necesario recopilar aquí los datos y las estadísticas que dan cuenta de la decadencia argentina. Al menos, bastaría con señalar que el índice de pobreza orilla el 40 %, que la educación dista mucho de ser de calidad, que la inseguridad sigue siendo una de las principales preocupaciones de la población, entre otras cosas.

Veamos algunos de los cambios que se han introducido en estos cuarenta años. En la órbita del Poder Ejecutivo Nacional se ha modificado el mandato presidencial, se cambiaron las condiciones para ser presidente y el mecanismo para su elección, se creó la figura del jefe de gabinete de ministros y se otorgó rango constitucional a los decretos de necesidad y urgencia. En una sorprendente y contradictoria redacción, el artículo 76 de la Constitución reformada liberó la delegación legislativa en el Poder Ejecutivo. Fuera de la norma constitucional, se han reformado el número y los ramos de los ministerios: eran tan solo ocho hacia fines de los 90 y en el nuevo siglo rondaron los veinte, además de la proliferación de los organismos descentralizados. Pese a estas y otras reformas, hemos sufrido crisis presidenciales, se ha acusado de venalidad a casi todos los primeros mandatarios y, a la luz de los datos que delatan nuestra decadencia, no parece ser eficaz el funcionamiento del gobierno y de la administración. Por otra parte, la falta de un horizonte claro, o mejor, la falta de políticos que planteen un horizonte claro revela la ausencia de conducción política.

Otro tanto puede decirse de los otros dos poderes del Estado y de la relación entre gobernantes y gobernados, con reformas en la Constitución y en las leyes reglamentarias. En el Congreso se ha modificado el número y el mecanismo para la elección de los senadores, el procedimiento para la sanción de las leyes, se incorporó el “cupo femenino” para ambas cámaras y, sin embargo, la “labor parlamentaria” sigue siendo cuestionada y nuestros legisladores han caído en el desprestigio. Entre otras cosas, se ha dicho que el Congreso funciona como una simple escribanía del Ejecutivo cuando el gobierno cuenta con mayoría parlamentaria, ha habido casos de sospechas y confirmaciones de conductas inconfesables y, en general, se lo acusa de inacción o de trabajar poco y gastar mucho. También se han introducido reformas en el Poder Judicial (el tan mentado número de miembros de la Corte Suprema, la creación del Consejo de la Magistratura, la conversión del Ministerio Público en órgano “extra-poder”, etc.) pero “la Justicia” sigue siendo cuestionada. En la relación gobernante-gobernados se ha modificado el sistema electoral, se incluyeron “mecanismos de democracia directa”, se estableció el derecho a la información, se creó la Defensoría del Pueblo, etc. Y solo basta mostrar que no hubo un solo llamado a consulta popular desde que adquirió rango constitucional y que, pese a la obligatoriedad del sufragio, la participación electoral está lejos de la totalidad de inscriptos en el padrón de los habilitados (y obligados) a votar.

Quizás la muestra más evidente de que el andamio legal no mejoró al edificio político sea la creación de las denominadas Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). Es muy probable que la crisis y la fragmentación de los partidos políticos, la escasez de afiliados y militantes, la baja participación política, la apatía y el desinterés, hayan llevado a nuestra clase política a inventar este artilugio. Y sin embargo, una y otra vez la propaganda gubernamental se ve obligada a hacer pedagogía y a recurrir a la persuasión para convocar a las PASO, pese a su cuestionable letra O.

En suma, si tomamos las diversas áreas y las analizamos “sistemáticamente”, podemos observar que en estos cuarenta años el sistema político, el sistema económico, el educativo, el de salud, el de defensa, el de seguridad, etc. han sufrido reformas. Pero ¿ha mejorado la política, la economía, la educación, la salud, la defensa, la seguridad, etc.? ¿Tenemos mejores políticos, empresarios, docentes, médicos, militares, policías, etc.? Se modificó el andamio, pero no mejoró el edificio. Cambiaron los accidentes pero no mejoró la sustancia.

Podría objetarse que los cambios realizados no fueron los adecuados. En los años 80 el entonces presidente Raúl Alfonsín convocó a un Consejo para la Consolidación de la Democracia, el cual recomendó pasar del sistema presidencialista a un sistema mixto, con elementos del parlamentarismo, semejante al introducido en la reforma del 94. Pero suponiendo que se hubiese mutado a un sistema completamente parlamentario y a la luz de lo que repasamos anteriormente: ¿hubiese mejorado el edificio con esa extraordinaria modificación en el andamio? Solo basta con imaginar a cualquiera de los presidentes que hemos tenido convertidos en miembros del Parlamento, o a cualquiera de los miembros del Congreso de la Nación convertido en presidente o primer ministro, o las derrotas electorales de los gobiernos en elecciones legislativas convertidas en arduas crisis políticas, o la “voluntad popular” convertida en la denominada “rosca política” (el “gran mercado” del que habla Bobbio en El futuro de la democracia) para formar gobiernos de coalición. Los que viven son los hombres. Las instituciones funcionan según cómo ellos son.

Entonces, ¿cómo mejorar la sustancia? ¿cómo mejorar el edificio político? Para los que pretendemos hacer “ciencia política”, nuestro “laboratorio” para observar, analizar experiencias y sacar conclusiones es la historia. Ella es, como dijo Cervantes, “aviso y ejemplo del presente y advertencia del porvenir”. La revolución de Mayo, la fugaz experiencia rivadaviana, el acceso de Rosas al poder, la batalla de Caseros, el surgimiento de la generación del 80, el triunfo de Yrigoyen, el golpe de 1943 con el ascenso de Perón, entre otros, han sido acontecimientos que fueron renovando a la clase política y promoviendo nuevos hombres y nuevas cosas. Está claro que el juicio acerca de estos y otros acontecimientos varía según nuestras propias valoraciones; pero así fueron y así son. La historia puede ser interpretada y valorada, pero es irreversible. Paralelamente, las grandes olas de inmigración, el desarrollo agropecuario e industrial y la expansión de la educación y de la cultura, entre otros sucesos, nos permitieron en su momento dejar de ser “pobres, incultos y pocos” (textual de Alberdi en las Bases). Abordar aquí el vínculo entre cultura y política agotaría el espacio disponible y la paciencia del lector. No obstante, podemos atrevernos a abrigar la esperanza, el deseo y la posibilidad de nuevos acontecimientos que promuevan la renovación de nuestra clase política y, sobre la base de las reservas de educación y de cultura que aún quedan en el país, poder mejorar el edificio político. Porque “no son las leyes las que necesitamos cambiar; son los hombres, las cosas”.

5 Comments

  • Mario Benvenuto dice:

    La figura de Alberdi, su pensamiento político y sus ideas sobre el progreso y el poblamiento fueron muy combatidas por Sarmiento y especialmente por Mitre que lo maltrató ya enfermo y lo obligó al exilio. Alberdi fue muy crítico de la monarquía española a la que culpaba por el atraso en América del Sur. Cuando Mitre en 1874 se alzó en rebelión contra Nicolás Avellaneda, Alberdi apoyó a éste y celebró la decisión de convertir a la ciudad de Buenos Aires en capital de la nación.

  • Mario Benvenuto dice:

    Asimismo entiendo que Alberdi no sólo delineó el «esqueleto» con su obra «Bases….», escrita en Chile, sino que también se preocupó por el «cómo». Su «Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina» defendía las teorías liberales de Adam Smith y David Ricardo, se oponía a los monopolios y al trabajo meramente parasitario, y proponía un orden mínimo que garantizará a los productores el fruto de su trabajo y esfuerzos, como forma de elevar el nivel de vida.

  • Edgardo Madaria dice:

    Muchas gracias Mario Benvenuto por sus comentarios. Tengo entendido que las ideas que Alberdi plasmó en el «Sistema económico y rentístico» estaban sujetas a que se realizara efectivamente el plan de las «Bases», es decir, el advenimiento de la inmigración anglosajona. Tengo mis dudas acerca de si tales ideas podrían funcionar (en aquél entonces y hoy día) en nuestro propio ámbito cultural, con nuestra propia idiosincracia. Como sea, es destacable el realismo, la agudeza y el esfuerzo de adecuación a las propias necesidades que hace Alberdi en estas obras fundacionales (recordemos también «Elementos del derecho público provincial», escrito en esa época).
    Por otra parte, qué distinto hubiese sido el destino personal de Alberdi sin esa enemistad con Mitre y con Sarmiento…

  • Mario Benvenuto dice:

    Es correcto que Alberdi abogó por una inmigración anglosajona. Pero no me parece que esa condición fuese imprescindible para que el ideario económico y político de Alberdi pudiera plasmarse. En especial el político pues muy consciente de la extraordinaria gravitación económica y geográfica de Buenos Aires abogó por un sistema confederado que permitiera compensar el peso de Buenos Aires. Alentó a Urquiza a eliminar las aduanas internas y a establecer la libre navegabilidad de los ríos. También le sugirió, como admirador de Wheelwright, a quien conocía de su prolongada estancia en Chile, alentarlo a radicarse en Argentina. Y el ferrocarril Rosario-Córdoba, obra de Wheelwright, antecedió al tendido de Buenos Ares a Rosario. Me parece que como consecuencia de que las ideas de Alberdi no prosperaron, el extraordinario desarrollo económico que plasmó la generación del ’80 se concentró mayormente en una pocas regiones del país mientras las provincias del norte permanecieron mayormente ajenas y continuaron con el sistema político y económico del virreinato.

  • Edgardo Madaria dice:

    Muchas gracias por sus aportes. Solo agrego que en su obra «El orden conservador», Natalio Botana habla de la «fórmula alberdiana» para referirse a la organización del Estado (es decir, los temas políticos) que se implementaron en esa etapa.

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