En una alocución realizada este año en la Universidad Católica de Chile, que tuvo repercusión más allá del ámbito académico, el actual vicepresidente de la Corte Suprema de Justicia Argentina Carlos Rosenkrantz, describió sintética y certeramente al populismo como “…una posición acerca de cómo debe concebirse la acción política. Por eso hay populismos de izquierda y de derecha, lo que los define como populismos no es lo que debe hacerse políticamente hablando sino como debe hacérselo”[1]
El populismo sería en este sentido un dispositivo, una forma política que puede ser llenada de contenido ideológico de izquierda o de derecha, que comparte dos rasgos sobresalientes. El primero es“…filosófico y es el hecho de que el populismo presupone la existencia de una entidad colectiva, supra individual, que es autónoma e irreductible a nosotros los individuos. El segundo rasgo del populismo es que no solo cambia el cómo sino también pretende cambiar el quién, de la acción política, esto es pretende cambiar el sujeto y el destinatario de la política. En ese sentido más allá de muchas diferencias relevantes en todas las narrativas populistas el pueblo es el validante por antonomasia”
Rosenkrantz finaliza criticando al populismo porque en su fundamento se encuentra una unidad colectiva que choca con la lógica individualista de la democracia constitucional, que a su entender «…se basa en la idea que el individuo es el centro de todo el universo político. No quiero usar palabras ampulosas, pero no veo como decirlo mejor que para una democracia constitucional liberal, metafísicamente, sólo hay individuos. Se trata de individuos que viven en sociedad, por supuesto, valoran a sus comunidades porque entienden que solo en su seno pueden realizarse como individuos. Por ello lo único que en última instancia importa en una democracia liberal es el bienestar de los individuos…”
Estas palabras pronunciadas por el juez argentino condensan muy bien una extendida manera de comprender al populismo de parte de pensadores liberales. El mismo Ernesto Laclau acordaría mayormente con la descripción de Rosenkrantz, pues como se puede leer en La Razón Populista, el populismo se vincula con “…una lógica social cuyos efectos atraviesan una variedad de fenómenos. El populismo es simplemente, un modo de construir lo político”[2]. También acordaría que el «pueblo» es la categoría central de la política populista, como lo demuestra el largo y detallado apartado que Laclau le dedica a la noción en la citada obra. Parafraseando al General, hasta aquí somos todos populista.
Una (errada) mirada liberal sobre el populismo
Aunque la descripción pueda ser más o menos certera, las críticas de Rosenkrantz (y la de gran parte del liberalismo en general) al populismo yerran en su blanco, por tres motivos.
En primer lugar, el individualismo y la fragmentación social son la base, el caldo de cultivo social sin la cual ningún proyecto populista puede funcionar. El individuo, que para Rosenkrantz es el centro de la política, constituye también el punto de partida del populismo. El populismo teorizado por Laclau presupone una sociedad fragmentada, con demandas diferenciales no satisfechas. Algún heredero de Laclau podría decir, con bastante razón, que el populismo no creó esa fragmentación social, sino que ésta es una característica del capitalismo tardío que no se puede obviar para la construcción política.
En segundo lugar y contrariamente a lo que piensan muchos autores pertenecientes al campo “republicano” o “liberal”, el populismo parece tomarse en serio la pregunta política por antonomasia: la pregunta por la ciudad, la comunidad, el pueblo. En otras palabras, una pregunta que no se dirige al “yo” del individuo sino al “nosotros” de la comunidad. Esto es central, porque no es solo el populismo quien postula un “nosotros”, sino que ésta es una característica de toda teoría política que se tome en serio lo político y muy particularmente a la democracia.
De hecho, las democracias liberales del occidente de posguerra se construyeron con la conciencia clara de no ser un conjunto de individuos, sino un “nosotros” que articulaba libertad e igualdad en base a un orden constitucional liberal y democrático, en franca oposición al “nosotros” comunista. Nunca fue la política del “yo” contra el proyecto político del “nosotros”, sino un “nosotros”democrático y liberal contra un “nosotros” autoritario. La reflexión política es siempre una reflexión sobre lo común.
Esta manera de pensar no es para nada ajena al ámbito de pensamiento liberal. De hecho, destacadísimos autores de la tradición liberal como Tocqueville, Constant y Aron, o Sarmiento entre nosotros, eran muy conscientes de que el centro de la política era el establecimiento de comunidades que hicieran posible el ejercicio de las libertades individuales. Quizás el liberalismo más académico y economicista ha perdido de vista que todo proyecto político, incluido uno liberal, implica también un “nosotros” como bien ha señalado Mario Miceli en este mismo blog. Es evidente que cuestiones como el lugar en el que nacemos, la lengua y las costumbres que adquirimos en nuestros primeros años de vida, la familia que nos cobija, el punto de partida socioeconómico que condiciona gran parte de nuestras vidas o los enemigos a los que nos enfrentamos son cuestiones que se pueden explicar más certeramente a partir de las comunidades que en los hechos integramos (muchas veces sin nuestra voluntad e incluso en contra de ella), antes que por contratos o pactos hipotéticos. Lo que es evidente es que existen personas, vinculadas a comunidades y pueblos concretos, que se relacionan entre sí y con sus comunidades a través de lazos de interdependencia. Empíricamente, somos “animales racionales y dependientes”, como se recordó recientemente en este blog.
En tercer y último lugar, quiero hacer notar que una consecuencia de postular el “yo” contra el “nosotros” es que perdemos de vista la discusión sobre qué comunidad queremos y cómoqueremos conseguirla. Y es aquí, en la discusión sobre el pueblo y lo popular que quiero rescatar la crítica que Francisco realiza al populismo.
Lo popular vs. el populismo en Francisco
Para Laclau, una de las características centrales del pueblo es que no es algo dado, sino contingente que comienza a existir a partir de “La frustración de una serie de demandas sociales aisladas, que hacen posible el pasaje de las demandas democráticas aisladas a las demandas populares equivalenciales. Una primera dimensión de la fractura es que, en su raíz, se da la experiencia de una falta…Hay una plenitud de la comunidad que está ausente. Esto es lo decisivo: la construcción del “pueblo” va a ser el intento de dar nombre a esa plenitud ausente. Sin esta ruptura inicial de algo del orden social…no hay posibilidad de antagonismo, de frontera, o en última instancia de “pueblo”. Ese pueblo no lo construye el amor sino la enemistad, “la identidad del enemigo depende cada vez más de un proceso de construcción política” y la delimitación de pueblo “supone la división del escenario social en dos campos (…) El destino del populismo está estrictamente ligado al destino de la frontera política: si esta última desaparece, el “pueblo” como actor histórico se desintegra”.
Tenemos entonces que el “pueblo” populista es una construcción que se explica por la situación social de la modernidad tardía, caracterizada por la fragmentación social y demandas sociales insatisfechas. Pero el rasgo central es que lleva a que el “nosotros” del pueblo populista se configure primordialmente cuando se puede determinar al enemigo. Y esa forma de construcción política es permanente, pues el día que cesa el conflicto, desaparece el pueblo. En tanto el conflicto permanente es lo que hace existir al pueblo, el líder populista, como articulador de demandas equivalenciales y decisor del enemigo unificante debe, sí o sí, impulsar el conflicto, conformar identidades a partir del mismo, mantener la frontera, alimentar la grieta. La construcción política del pueblo populista es en gran parte la construcción de un enemigo permanente.
Contra esta forma de entender al pueblo es que me parece necesario resaltar la crítica de Francisco a los populismos. En Fratelli Tutti 157, Francisco sostiene que “La pretensión de instalar el populismo como clave de lectura de la realidad social, tiene otra debilidad: que ignora la legitimidad de la noción de pueblo. El intento por hacer desaparecer del lenguaje esta categoría podría llevar a eliminar la misma palabra “democracia” —es decir: el “gobierno del pueblo”—. No obstante, si se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se necesita la palabra “pueblo” … También que se puede pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias, para conformar un proyecto común. Finalmente, que es muy difícil proyectar algo grande a largo plazo si no se logra que eso se convierta en un sueño colectivo. Todo esto se encuentra expresado en el sustantivo “pueblo” y en el adjetivo “popular”. Si no se incluyen —junto con una sólida crítica a la demagogia— se estaría renunciando a un aspecto fundamental de la realidad social”.
En el libro Soñemos Juntos, Francisco hace notar que, no obstante reconocer que los populismos exacerban el conflicto y generan antagonismo, debemos aceptar que los conflictos en las sociedades existieron, existen y existirán. El primer paso para construir comunidades pacíficas es“…abordar el conflicto y los desacuerdos con el fin de no caer en la polarización. Esto significa resolver la división dejando espacio a una nueva manera de pensar que pueda trascender la división”[3]30 años antes, Jorge Mario Bergoglio percibía ya la necesidad de“…recobrar la vigencia de lo político en su total amplitud (…) Recobrar el horizonte de lo político es recobrar el horizonte de síntesis y de unidad de una comunidad, horizonte de armonización de intereses, de organización de la racionalidad política para dirimir conflictos; horizonte estratégico de acuerdo en lo esencial, de creencia de que nuestra propia identidad y seguridad personal, familiar y sectorial es frágil e imprevisible sin el marco de lo político”[4].
Creo que estar tres citas son suficientemente claras e ilustrativas. Francisco nos invita a no meter en la misma bolsa al pueblo y al populismo, algo que desde cierto liberalismo se hace habitualmente. De hecho, el pueblo de Francisco, el “nosotros” detrás de esa categoría, es diametralmente distinto del pueblo populista por dos razones.
Primero, porque el pueblo no es la creación del líder populista. Aunque cambien, la existencia de comunidades, pueblos y culturas en Francisco no dependen de la esclarecida voluntad del líder populista, que nos señala a qué enemigos debemos enfrentar y las identidades que debemos adquirir. Por el contrario, Francisco asume que la comunidad y los pueblos preexisten, que no son arcilla moldeable a gusto de un líder. Este rasgo es central para desarticular la noción de pueblo populista: esas comunidades tienen un pasado, tradiciones y culturas, que, aunque cambiantes y múltiples, están ahí desde antes. Hay un rasgo potencialmente autoritario en querer borrar el pasado, modificar las identidades colectivas y generar nuevas y profundas enemistades.
No es casual que junto al populismo político se haya expandido la crítica filosófica “deconstruccionista”, que pone en cuestión las bases culturales de las sociedades libres y civilizadas, que aplican la “hermenéutica de la sospecha” a todo y a todos. Bueno, no a todos: el populismo (y muchos otros ismos) nunca sospechan de sus posiciones ni deconstruyen sus más belicosos hábitos. La deconstrucción y la sospecha solo se les aplica a los enemigos.
En segundo lugar, la noción de que las comunidades y pueblos (pre)existen, va unido a la aceptación del conflicto político como un rasgo estructural de la vida en común. Porque nos podemos hacer daño es que debemos buscar la paz; porque la conflictividad es inherente a la vida humana es que debemos esforzarnos por canalizar políticamente esos conflictos para que no se vuelvan más profundos y estériles. En ese sentido, Francisco nos invita a no regalarle la democracia al populismo. Creo que es una invitación que deberíamos aceptar.
Reflexiones finales
Quiero terminar ofreciendo tres reflexiones finales. La primera es que estoy convencido que el populismo es un mal de nuestro tiempo, una manera de entender la política más negativa que positiva. Justamente por eso, debemos tomarnos en serio el contexto socioeconómico que favorece su aparición. Es hora de dejar de lado las explicaciones localistas y dar cuenta de la dimensión global del fenómeno. Los miedos y pesimismo para con el futuro alimentan regímenes autoritarios a lo largo de todo el globo, de izquierda y de derecha, de Erdogan a Maduro, de Noriega a Orban. Hay populismo (y mucho) más allá del Río de la Plata.
También creo que llegó el momento de aceptar lo señalado por investigadores como Aníbal Pérez Liñán, en el sentido que algunos de los efectos de la globalización en los últimos 30 años, como la deslocación y la fragmentación del mercado de trabajo, la precarización laboral, el subempleo y el desempleo estructural, han fragmentado las sociedades de países desarrollados[5]. Me temo que los liderazgos populistas en los países centrales (y no centrales) seguirán existiendo mientras el futuro sea incierto y la frustración ciudadana siga en ascenso. El no- populismo debe hacerse cargo de esta situación y abandonar el extendido entendimiento que todos los males del mundo son producto de líderes perversos que llegaron al poder de la mano de masa incultas. Externalizar el mal, entendiéndonos puros y sin responsabilidad, nos aleja de la posibilidad de comprender por qué sucede lo que sucede.
Finalmente,quiero retomar el eje de la alocución de Rosenkrantz en Chile. Estoy cada vez más convencido de que ninguna democracia constitucional civilizada sobrevivirá al antagonismo social permanente. Por esa razón, debemos tomarnos en serio el desafío de no alimentar más batallas culturales. Es por ello que quiero defender la “cultura del encuentro” propuesta por el Papa Francisco, advirtiendo que no es ninguna ingenua propuesta de un líder religioso, sino que ante la fragilidad que caracteriza la institucionalidad y la vida social de nuestro tiempo, quizás sea uno de los pocos caminos que tenemos para dar cuenta del desafío de revitalizar las democracias constitucionales hoy en crisis. Propongo que recuperemos para la reflexión política una cultura del encuentro que no niega las diferencias religiosas, políticas ni sociales, sino que inspira a lograr una poliédrica convivencia en la diferencia. En ese rasgo, tan sencillo de enunciar como difícil de realizar, se encuentra su valioso secreto. En términos políticos, los católicos tenemos una particular posibilidad y responsabilidad en este tiempo. El Evangelio es quizás una de las pocas fuentes que nos permiten rompe el circulo de violencia mimético que tan bien explicó René Girard, ese círculo que alimenta la lógica del «chivo expiatorio» y la enemistad permanente como eje central de la política. Esto es particularmente importante hoy, porque el populismo en tanto forma de actuar ha permeado al antipopulismo, que ha adoptado (inconscientemente o no tanto) sus modos de enemistad profunda y polarización permanente. Al hacerlo, el antipopulismo puede terminar constituyéndose en la perfecta y necesaria contraparte estructural de ese mismo proyecto populista. No nos olvidemos que para polarizar, bailar un tango y mantener la grieta abierta, hacen falta por lo menos dos.
* Este texto reproduce parcialmente la ponencia presentada en la IV Jornada del Programa de Pensamiento Político (IICS- UCA), realizada el 27 de septiembre del 2022.
[1] Carlos Fernando Rosenkrantz, Conferencia: «Justicia, Derecho y Populismo en Latinoamérica» https://www.youtube.com/watch?v=RWPv-O4pKa0
[2] Ernesto Laclau, La Razón Populista, Fondo de Cultura Económica, 2005.
[3]Papa Francisco, Soñemos Juntos. Conversaciones con Austen Ivereigh, Plaza & Janes, 2020.
[4]Jorge Mario Bergoglio, Reflexiones en Esperanza, Ediciones Universidad del Salvador, 1992.
[5] Aníbal Pérez Liñán, «¿Podrá sobrevivir la democracia al siglo XXI? en Revista Nueva Sociedad No. 267, enero-febrero de 2017, https://static.nuso.org/media/articles/downloads/2.TC_Perez-Li%C3%B1an_267.pdf