En 2025, Argentina enfrenta un escenario electoral inédito debido a dos cambios normativos de gran calado: la suspensión de las elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) para cargos nacionales, y la adopción por primera vez de la Boleta Única Papel (BUP) en elecciones legislativas nacionales. Estas reformas —aprobadas por el Congreso a instancias del nuevo gobierno tras las elecciones de 2023— introducen incertidumbre sobre el comportamiento de votantes y partidos. Ya no hubo instancia de PASO en agosto para filtrar candidaturas ni medir fuerzas, y en la votación general de octubre cada ciudadano recibirá una sola papeleta con todas las opciones partidarias y categorías de cargos en juego, que deberá marcar con birome en lugar de usar las tradicionales boletas partidarias. ¿Qué efectos cabe esperar de este nuevo régimen electoral? En estas líneas analizamos los principales impactos esperables y sus implicancias.
Menor movilización local y fin del “control de la boleta”
Una primera transformación esperada tiene que ver con la movilización territorial. Históricamente, la simultaneidad de elecciones nacionales y provinciales (particularmente en la provincia de Buenos Aires), junto con el uso de boletas partidarias separadas, otorgaba a los líderes locales (intendentes, punteros barriales) un rol clave: repartir las boletas de su partido, asegurar que el votante entre al cuarto oscuro con la “lista completa” y promover el arrastre de votos desde lo nacional a lo local (y viceversa). Con las nuevas reglas, esa dinámica cambia drásticamente.
Por un lado, muchas provincias han desdoblado sus comicios locales respecto de la elección nacional. En 2025, la provincia de Buenos Aires decidió anticipar sus elecciones legislativas provinciales al 7 de septiembre, la Ciudad de Buenos Aires eligió sus legisladores porteños ya en mayo con Boleta Única Electrónica, y Corrientes votó gobernador en agosto, desmarcándose también del calendario nacional. Esta separación debilita la capacidad de movilización de los dirigentes locales en la elección nacional de octubre, dado que ya no “cuelgan” sus candidaturas ni se juegan sus cargos ese mismo día.
Por otro lado, la BUP elimina el control físico de la boleta partidaria. Ahora el presidente de mesa entrega al elector una papeleta única y una birome. Esto acota el papel del puntero local, que antes se aseguraba de proveer la boleta correcta al vecino e incluso de fiscalizar que no faltaran papeletas de su partido en el cuarto oscuro. Con la BUP, todas las opciones están preimpresas, eliminando maniobras como el robo de boletas o el “voto cadena”. Se debilita así el clientelismo de suministro de boletas y se modifica un pilar histórico de las campañas de base.
Una consecuencia probable es que veamos menos votantes “acarreados” por los aparatos locales el día de la elección nacional, y una caída en la influencia directa de los liderazgos territoriales. La participación electoral podría resentirse ligeramente en distritos donde el voto era motorizado por las estructuras territoriales. En síntesis, la territorialidad tradicional pierde peso frente a un voto más autónomo, con posibles costos para los oficialismos locales.
Boleta Única y voto dividido entre categorías legislativas
La implementación de la Boleta Única Papel trae aparejado un diseño distinto que modifica el comportamiento del votante. En una misma hoja figuran todas las agrupaciones en columnas y las distintas categorías de cargos en filas. Cada elector marca por separado su elección para cada categoría. No existe un casillero de “lista completa” que permita votar de una sola vez a todos los candidatos de un mismo partido. Esta ausencia es deliberada y fue objeto de intensos debates legislativos.
La consecuencia esperada es un aumento del “voto cruzado”. Muchos electores podrán optar por una lista de un partido para senadores y otra diferente para diputados. En los ocho distritos que en 2025 eligen ambas cámaras (incluyendo CABA, Chaco, Entre Ríos, Salta, Santiago del Estero), se anticipa mayor divergencia entre los resultados. La evidencia provincial lo confirma: en Santa Fe, el voto uniforme por un solo partido cayó 30 puntos con la BUP; en Mendoza y Córdoba, con modelos mixtos, también se registró fragmentación.
Esto acentúa la heterogeneidad parlamentaria: es más factible que un partido gane en una cámara pero no en la otra, incluso dentro de una misma provincia. También podría darse que candidatos carismáticos arrastren menos votos a sus listas legislativas. El corte de boleta será más fácil y más frecuente, complejizando el análisis de resultados y la conformación de mayorías. Este fenómeno podría favorecer a minorías intensas que, sin chance en el Senado, consigan bancas en Diputados gracias a su concentración local de votos.
Mayor riesgo de votos en blanco y nulos
Otra preocupación es la curva de aprendizaje del nuevo sistema. La BUP supone un cambio cultural: el elector argentino medio estaba acostumbrado a introducir en un sobre la boleta que le daba el partido o que encontraba en el “cuarto oscuro”. Ahora debe marcar con lapicera en un formulario, siguiendo instrucciones específicas. La falta de capacitación podría incrementar los votos mal emitidos.
Los antecedentes son claros. En Córdoba (2011), el voto en blanco en la categoría legislativa pasó de 10% a casi 20%. En Santa Fe, muchas boletas sin marcas fueron consideradas nulas. El efecto de roll-off (es decir, dejar casilleros sin marcar) se ve exacerbado por la necesidad de completar varias categorías sin una opción simplificadora. También aumenta el riesgo de votos anulados por marcar más de una opción en la misma categoría.
Aunque la BUP mejora la transparencia, implica un desafío pedagógico. Las autoridades lanzaron capacitaciones, pero persiste el riesgo de votos desperdiciados por errores evitables. Además, el escrutinio se vuelve más complejo y lento: requiere más tiempo por mesa y una clasificación minuciosa de votos nulos. Los fiscales también necesitarán nueva capacitación para interpretar correctamente las marcas y discutir posibles impugnaciones.
Sin PASO ni umbral: más listas, más fragmentación
La eliminación de las PASO también elimina el umbral del 1,5% para acceder a la elección general. Todas las fuerzas, por pequeñas que sean, pueden competir directamente en octubre. Esto amplía la oferta electoral y traslada a la elección general la diversidad que antes se contenía en primarias. La consecuencia más inmediata es una multiplicación de listas y una mayor fragmentación del voto.
Ya se observan efectos: en Buenos Aires se presentaron 63 fuerzas políticas con más de 22.000 candidatos. En CABA, 17 frentes compitieron por la Legislatura. La proliferación de listas refleja la ausencia de una instancia ordenadora. Las PASO canalizaban internas bajo un paraguas común o desalentaban candidaturas sin chances. Sin ese filtro, muchas expresiones políticas sin respaldo territorial o sin estructura se sienten habilitadas a competir.
La fragmentación dispersa el voto opositor y puede beneficiar al oficialismo, que podría obtener más bancas con una base más reducida. También se pierde la función informativa de las PASO como termómetro previo. Sin esa “semifinal”, aumenta la incertidumbre y se dificulta el voto estratégico. Este escenario se asemeja a las elecciones de principios de los 2000, cuando sin primarias obligatorias proliferaban listas del mismo espacio que competían entre sí.
Resultados más lentos y encuestas menos fiables
El nuevo esquema también afecta el ritmo del escrutinio y la calidad de las encuestas. Con la BUP, el conteo es más lento: cada acta debe desagregarse por categoría. Se anticipa una demora respecto a legislativas anteriores, especialmente en zonas con menor capacitación del personal. La noche electoral podría prolongarse, y los resultados definitivos tardarán más en consolidarse.
Además, sin PASO, las encuestas pierden un insumo clave. Las consultoras deben proyectar sin datos duros previos, lo que aumenta el margen de error. Medir la intención de voto también es más complejo: muchos electores pueden optar por diferentes partidos en cada categoría. Los boca de urna enfrentan el mismo desafío, ya que los electores pueden manifestar erróneamente su opción (por una involuntaria mala utilización de la BUP).. El resultado es mayor cautela, más variabilidad en los pronósticos y un clima de incerteza que puede impactar en la jornada electoral misma.
Conclusiones
Las reformas implementadas para 2025 modifican de forma profunda las condiciones de competencia electoral en Argentina. La Boleta Única Papel y la supresión de las PASO reconfiguran los incentivos de partidos, votantes y referentes territoriales. Se debilita el clientelismo logístico, se potencia el voto cruzado, aumenta la fragmentación legislativa y se introducen nuevos desafíos para la transparencia y la representación.
El resultado podría ser un Congreso más plural pero también más inestable, una participación levemente inferior en algunos distritos, y una mayor dificultad para construir consensos. A largo plazo, estos cambios podrían promover una ciudadanía más autónoma y menos dependiente de las estructuras tradicionales. Pero a corto plazo, la transición requerirá paciencia, capacitación y un monitoreo riguroso. La elección de 2025 será el primer test real de este nuevo modelo. Sus resultados no sólo se medirán en bancas o porcentajes, sino en su capacidad para fortalecer la legitimidad democrática en un país donde la confianza en las instituciones sigue siendo un bien escaso. El gran interrogante es si estas transformaciones contribuirán a un sistema más justo, transparente y participativo, o si, por el contrario, reforzarán los problemas de representación y gobernabilidad que arrastra la democracia argentina desde hace décadas.