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Estas líneas intentan recuperar dos aspectos de mi breve aporte al tomo 3 de La Verdad los Hará Libres (Planeta, 2023), al tiempo que deseo incorporar dos nuevas reflexiones surgidas durante el año trascurrido desde la publicación de esta monumental obra[1].

El primer aspecto de mi contribución original que quiero actualizar es la importancia de la investigación que dio origen a las publicaciones. Como sostuve en el tomo 3, la obra en general es el resultado de dos procesos complejos, trabajosos, pero enormemente valiosos, que lejos están de ser autoevidentes. El primero es el camino que llevó a que la Conferencia Episcopal Argentina solicitara a la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina la concreción de una investigación sobre la actuación de la Iglesia Católica durante los oscuros años de la última dictadura militar (1976-1983). Finalmente, la investigación se amplió al período 1966-1983, lo que a todas luces fue un acierto, pues permite contextualizar mejor y bosquejar explicaciones sobre dinámicas de violencias que se iniciaron con anterioridad a 1976. Los usos políticos del pasado reciente han demostrado hasta qué punto es relevante no quedarse con la foto de lo acontecido desde 1976. Como si la violencia política hubiese aparecido, por arte de magia, en ese año; como si la espiral de la violencia no se hubiese venido desarrollando, muchas veces en nombre de Dios, con anterioridad a la última dictadura militar.

El segundo proceso es el que produjo una investigación colectiva de largo alcance, llevada adelante por una gran cantidad de investigadores y que se desarrolló parcialmente durante la pandemia por Covid 19. Sin decisión institucional no habría existido investigación; sin investigación y voluntad de publicación no habría nacido la obra que hoy comento. Tanto la decisión de investigar, como la realización de la investigación y su posterior publicación demuestran hasta qué punto la Iglesia argentina se fue comprometiendo, no sin dificultades y limitaciones, en una autorreflexión tan difícil como dolorosa, con el objetivo principal de narrar la verdad sobre su particular rol en estos complejos y oscuros años de la historia reciente de nuestro país.

Estos dos procesos son dignos de destacar, ya que son poco comunes los abordajes de este tipo vinculados al período que va de 1966 a 1983. De hecho, aún se echa en falta procesos colectivos de reflexión, indagación y narración pública abierta al diálogo de otros actores de ese tiempo. Ni los militares, ni los principales impulsores de la violencia guerrillera, ni la clase política en su conjunto han producido una autorreflexión documentada y pública sobre el período. Salvo algunas voces particulares, los más relevantes actores de ese tiempo han mantenido narrativas graníticas y silencios convenientes, que hoy nos dificultan el acceso a la verdad.

Para muchos esta es una obra tardía, y quizás lo sea en el sentido de que, durante demasiado tiempo, la historia e interpretación del rol de la Iglesia Católica durante el período que abarca la investigación que fue motorizada principalmente por miradas excesivamente hostiles a la Iglesia en su conjunto. Algunas de esas miradas han sido tenaces en simplificar la historia, volviéndola maniquea y evitando implacablemente cualquier revisión crítica de actuaciones personales y enfoques generales[2].

Pero en otro sentido, si analizamos obras similares producidas institucionalmente por actores políticos y sociales del período, nos encontramos que lejos de ser tardía, La Verdad los Hará Libres es casi una obra pionera. Por rigurosidad, enfoque y documentación, quizás sea durante mucho tiempo, única en su tipo. Esto es claro incluso para quienes no comparten el enfoque general de la obra o perciben en ella algún sesgo o insuficiencia.

En lo personal, no entiendo a La Verdad los Hará Libres como una obra definitiva, sino que tomo a esta investigación como una invitación a seguir indagando y debatiendo. Una invitación a dialogar, completar y hasta a desafiar con rigurosidad y buena fe el contenido de la investigación llevada adelante por la Facultad de Teología de la UCA.

Íntimamente vinculado a lo anterior, el segundo aspecto de mi aporte original al tomo 3 que quiero recuperar, tiene que ver con la pregunta que se hace Carlos Galli al inicio del volumen 1: “¿pudo la Iglesia contener los extremismos ideológicos y las distintas violencias, o estuvo ella sumergida en esos fenómenos?” [3] Mi percepción es que la Iglesia Católica, tanto en su jerarquía como en sus fieles, parece no haber podido contener la espiral de violencia desatada durante la segunda mitad del siglo XX en nuestro país. Algunos no pudieron, otros no supieron y (lamentablemente) muchos no quisieron servir de freno al desenfreno, de límite a la escalada de sangre y fuego de esos años. Fueron escasas las voces que pusieron en cuestión la naturalización de la violencia, que recordaron la sacralidad de toda vida.

La ideologización creciente que marcó la época absorbió a una gran cantidad de sacerdotes y laicos. Esto me lleva a plantear mi primera reflexión surgida desde que se publicara la totalidad de la obra: Si algo se descubre revisando los materiales de los diferentes tomos de la obra, es la constatación de que, en el ámbito católico, las voces que defendían el orden constitucional y los arreglos institucionales propios del Estado de Derecho fueron muy minoritarias. Demasiado burgués para unos, demasiado ineficaz para luchar contra la subversión para otros, al final del día solo unas pocas voces se manifestaron en defensa del Estado de Derecho como freno a la violencia.  Por eso quiero destacar el caso del grupo Criterio, que en la década del 70 fue cuestionado desde diferentes sectores por posicionarse en contra de la violencia y la ruptura del orden constitucional. Este caso resulta ilustrativo de lo marginal y mal vistas que fueron las voces católicas que propiciaban la canalización pacífica, institucional y democrática de los conflictos políticos[4].

Este no es un problema exclusivamente histórico, sino que sus efectos nos llegan hasta el presente. Existe una íntima vinculación entre la falta de una reflexión profunda sobre las causas de la espiral de la violencia con la narrativa sobre los Derechos Humanos que se construyó en los últimos 20 años. Esa narrativa se constituyó sin problematizar lo suficiente cómo políticos, militares y grupos guerrilleros abandonaron, en muchos casos en nombre de la fe católica, toda mediación institucional vinculada a la democracia republicana y la vigencia de los derechos individuales. La tragedia de los desaparecidos durante el período 1976-1983 no debe hacernos perder de vista que, tanto ayer como hoy, faltan más voces institucionales que desde el catolicismo defiendan con convicción y sin medias tintas al Estado de Derecho. Para afrontar este desafío, quizás debamos seguir la pista que nos dio el papa Francisco en su discurso al cuerpo diplomático de Malta en 2022: “para garantizar una buena convivencia social, no basta con consolidar el sentido de pertenencia, sino que hay que reforzar los fundamentos de la vida común, que se basa en el derecho y la legalidad (…) que se cultiven siempre la legalidad y la transparencia, que permiten erradicar la delincuencia y la criminalidad, unidas por el hecho de que no actúan a la luz del sol”.

Mucho de lo que acabo de afirmar sobrevuela diversos apartados de los tomos de La Verdad los Hará Libres, aunque no se encuentra tematizado con especificidad en ninguno. Aquí se evidencia la riqueza de la obra, que nos abre la posibilidad de un sinnúmero de investigaciones posibles. En lo personal, creo que vale la pena seguir esta pista para indagar con más detalle en futuras investigaciones, cómo la espiral de la violencia se relacionó con el debilitamiento sostenido de la cultura constitucional y qué rol tuvimos los católicos para que eso sucediera.

Dejo aquí mi segunda y última reflexión: hasta el día de hoy, gran parte de la Iglesia Católica está en la búsqueda de las mediaciones adecuadas que eviten la ideologización de la fe que caracterizó a la década del 70. Esa ideologización de la fe tuvo, en muchos casos, el efecto de exacerbar la espiral de la violencia y no el de contenerla. Ideologías que se mimetizaron con el mensaje evangélico y lo alejaron de su esencia, instrumentalizándolo con fines políticos coyunturales.  Creo que ahí todavía hay mucho por hacer, muchos retratos de políticos por bajar en las iglesias y capillas, mucha épica militante y reivindicaciones sobre el pasado que revisar críticamente. El conocimiento, cada vez más profundo, de tragedia de los más oscuros años de los años 70 del siglo pasado, debería servir a la reflexión y no producir relatos épicos sobre esos años. A estas alturas, para los católicos debería ser claro que, si carecemos de las mediaciones institucionales y las orientaciones pastorales adecuadas, la más genuina aspiración a la justicia, inspirada en Jesucristo, puede terminar siendo instrumentalizada por oportunistas de turno, para los peores fines. Tengo la intuición de que este es un peligro muy real: pasó antes, pasa en la actualidad y pasará en el futuro si no asumimos la tarea contener la ideologización de la fe y desarticular, tempranamente, los elementos que alimentan las espirales de violencia.


[1] Estas líneas reproducen parcialmente las palabras por mi pronunciadas en el evento de presentación del Tomo 3 de La Verdad los hará libres, evento acontecido el 18 de junio del 2024 en el Rectorado de la Universidad del Salvador. Tuve el honor de compartir panel con Eloy Mealla, Carlos Galli y Roberto Bosca. Agradezco especialmente al Pbro. Carlos Galli por haberme invitado a participar del Tomo 3 de la obra.

[2] Horacio Verbitsky, Historia Política de la Iglesia Católica (4 tomos), Buenos Aires, Sudamericana, 2007, 2008, 2009, 2010.

[3] La Verdad los Hará Libres, T. 1, p. 31.

[4] La Verdad…T. 1, p. 379.

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