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La frenética realidad política nos hace muchas veces pasar por alto algunos signos de madurez de la sociedad argentina y sus instituciones, que no es bueno que pasen desapercibidas.

En este sentido, la investigación que la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) encargó a la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (UCA) se inscribe en esa significación.

Fruto de este trabajo se dio la publicación, durante el año pasado, del libro en tres tomos titulado La verdad los hará libres. Las más de 1500 páginas presentan un recorrido extenso y profundo sobre lo que fue la actuación de los distintos grupos, instituciones y personas de la Iglesia católica durante el periodo 1966-1983.

A medida que se fueron publicando los distintos tomos, salieron numerosos artículos periodísticos que comentaron los variados descubrimientos que los investigadores obtuvieron a raíz de la apertura de los documentos archivados en iglesias, conferencias episcopales, nunciaturas y el Estado vaticano, entre otros. Dichos documentos abonaron las distintas teorías que se tenían hasta ese momento respecto de la valentía, complicidad, colaboración, lucha, etc., de los católicos a quienes les tocó transitar pública y políticamente estos difíciles años en nuestro país.

No es entonces la intención de este breve ensayo repetir lo ya publicado en numerosos medios de comunicación, diarios y revistas, sino más bien restringirnos a un aspecto que nos parece relevante para los católicos que ven en las instituciones eclesiásticas un referente que debería acompañar su recorrido religioso.

En este caso nos referimos a la Conferencia Episcopal Argentina, que es la institución que reúne a todos los obispos de nuestro país y quien brinda los lineamientos principales de la actuación de la Iglesia en la Argentina.

La pregunta clave que nos hacemos al iniciar la lectura de La verdad los hará libres es si la CEA,como cuerpo colegiado, estuvo a la altura de las circunstancias que le tocó vivir durante estos años trágicos de la historia política argentina.

Aunque este tema cruza toda la obra, es en los capítulos 18 y 19 del tomo tercero en donde me quiero detener en particular para este breve ensayo. Dichos capítulos se titulan, respectivamente, “La actuación del episcopado argentino frente al terrorismo de Estado” “Sesgos, advertencias y profecías en el discernimiento de los obispos argentinos”.

Aquí, sus autores, Juan B. Duhau, Fabricio Forcat, Andrés Motto y Matías Taricco recorren de una manera interpretativa lo actuado por la Comisión Episcopal Argentina sobre la base documental del tomo segundo.

Avanzando en las páginas de los capítulos mencionados podemos descubrir las discusiones internas de los obispos en las distintas asambleas realizadas en aquellos años, junto con las actas elaboradas en ellas, los memorandos publicados, las posiciones internas, las directivas impartidas a la llamada “Comisión de enlace” con el gobierno militar de la época y lo que se dijo con valentía y lo que se calló por temor o acompañamiento ideológico.

Los párrafos más significativos son los que cierran ambos capítulos y que buscan realizar un balance provisional de lo sucedido. Para evitar abundar en palabras que expliquen lo actuado en esos años por la CEA, quizás la cita del obispo Jorge Novak resume mejor que nada la sensación que queda en los lectores luego de recorrer los tres tomos de la obra:

“Pedimos perdón por nuestra insensibilidad, por nuestra cobardía, por nuestras omisiones, por nuestras complicidades” .

No cabe agregar mucho más luego de este reconocimiento de uno de los obispos que más activamente participaron en esos años en pos de dar visibilidad a lo que estaba ocurriendo en nuestro país.

Lo importante, creo, es entender cuáles fueron las razones que llevaron a este cuerpo colegiado a no estar a la altura de los “signos de los tiempos”, lo que hubiera requerido una actuación más firme y comprometida con los DDHH durante el periodo analizado.

Si nos remitimos al texto, encontramos que los autores esbozan las siguientes razones.

  1. El concepto de prudencia

El entonces presidente Jorge R. Videla se presentaba como un católico practicante que, por personalidad y presencia, parecía –a vistas de la mayoría de los obispos– el mal menor. El gobierno, adicionalmente, se autoproclamaba cristiano y defensor de los valores de Occidente. Realizar denuncias públicas por parte de la CEA debilitaba su figura y muchos prelados consideraban que las alternativas de cambio eran mucho peores. Eso hizo que se optara por la vía de realizar pronunciamientos “generales”, sin una condena explícita al accionar de las fuerzas armadas.

En esta misma línea se optó por el camino de las gestiones y conversaciones privadas vía la comisión de enlace de la CEA, que trasladaba al gobierno sus inquietudes al respecto, pero de manera confidencial y hermética.

  • Defensa de los valores de la civilización occidental y cristiana

Para muchos de los miembros del episcopado, la lucha contra la guerrilla significaba una defensa de los valores que los obispos y el gobierno militar parecían compartir. La amenaza del marxismo internacional tomando las riendas de nuestro país era una sombra que pesaba sobre la mente de casi todos los involucrados. El dilema del mal menor y de los fines versus los medios se destacaba como orientador de las acciones que implementaba la CEA para hacer frente a las denuncias que a diario recibían los obispos en sus respectivas diócesis.

En esta misma línea, se optó por mantener una acción mancomunada de todos los obispos vía la CEA. No estaba bien visto y muchas veces se cuestionaban algunas acciones que estos en forma individual tomaban reuniéndose con tal o cual organismo de Derechos Humanos.

  • Habitus cultural

Un punto muy interesante que se destaca hacia el final del capítulo dieciocho es lo que denominan los autores un habitus cultural adquirido por la CEA en su relación con el gobierno militar. En este sentido, mencionan lo siguiente:

Como le ocurrió al episcopado alemán durante la Segunda Guerra mundial, los obispos argentinos colegiadamente no expresaron un “no” inequívoco a la política estatal de violaciones a los derechos humanos. La amplia mayoría de los obispos argentinos no compartían el razonamiento ideológico que justificaba la violencia brutal y la desaparición de personas propuesto por las fuerzas represivas. Sin embargo, convenian con las FF. AA. en estructuras de significación como la de “patria cristiana amenazada”, la idea de “guerra justa” o la necesidad de luchar contra el marxismo que fortalecieron y adicionaron elementos discursivos comunes que los ponían en profunda sintonía (p. 360).

Visto lo sucedido, sin duda alguna, este habitus cultural llevó a la CEA, como institución representativa de los obispos argentinos, a importantes errores de discernimiento sobre los cuales están ahora purgando culpas.

Algunas reflexiones personales

A la vista de lo recorrido en las páginas de la obra, la actuación de la CEA no estuvo a la altura de lo que las circunstancias requerían para una institución que busca ser la referencia institucional de la Iglesia en Argentina. La prudencia, la defensa de los valores cristianos, el habitus cultural son algunas de las razones que explican este accionar y sobre los que los tres tomos dan cuenta a partir de múltiples testimonios de los participantes de esta época.

Muchos cristianos se dejaron guiar, en lo personal, por las acciones y consejos que la máxima expresión de la jerarquía católica delineaba en ese momento confiando en que ese era el camino correcto. Sin duda alguna, a la luz de los documentos y testimonios recogidos, se indujo a los fieles a un discernimiento equivocado.

La obra tiene el mérito de tratar de explicar lo sucedido y desgranar su complejidad y sus razones, con lo que bienvenido el aporte de la Facultad de Teología a esclarecer esta época tan oscura en la historia argentina.

Sin embargo, creemos que a la CEA le queda aún una deuda pendiente. ¿Quién garantiza que en circunstancias similares no actúe de la misma manera priorizando los mismos elementos que llevaron a los obispos a actuar como lo hicieron? Reconocer lo actuado, pedir perdón por los errores cometidos es un excelente comienzo, pero es fundamental que, como institución, la CEA establezca reglas que blinden en el futuro contra comportamientos como los que ellos mismos han reconocido.

¿Cuáles podrían ser esas reglas o cambios de comportamiento a los que nos referimos?

Para ofrecer tan solo un ejemplo de ello podemos referirnos a la dinámica creada entre la mirada colectiva y la mirada individual. Ya comentamos en párrafos anteriores la tensión que existía en la CEA cuando algún obispo, a modo personal, alzaba su voz en relación con los hechos que se sucedían en el país. El conjunto de los obispos buscaba unificar las voces en una sola y única expresión y así acallar las más díscolas. Esta búsqueda de consenso ciertamente silenció en los documentos aquellas voces “proféticas” que con valentía y decisión aspiraban a llevar adelante un accionar más duro con el gobierno militar de la época. No siempre el consenso en los pronunciamientos –que lava y neutraliza las miradas más críticas– es el camino adecuado cuando los hechos sobre los que se busca dar una opinión son tan extremos como los vividos.

Por otro lado, la CEA debería hacer una reflexión sobre la representatividad de su composición. El nombramiento vertical de los obispos que la integran no necesariamente representa la realidad de la grey católica de nuestro país. Un sistema orgánico de consultas a especialistas en áreas en donde dicha composición pueda sesgar la mirada es fundamental para estar seguro de que todas las voces serán escuchadas.

En un mundo cada vez más polarizado, el riesgo de caer en extremismos es infinitamente mayor. Los conflictos públicos relacionados con el concepto de familia, la enseñanza de valores en la escuela pública, el multiculturalismo, la persecución en muchos países de minorías de cualquier tipo, la homofobia, la xenofobia, que ve a los inmigrantes como personas “descartables”, los conflictos religiosos, las luchas culturales y tantos otros problemas actuales llevan a que se tense hasta límites insospechados la cohesión social.

Es difícil imaginar que se pudieran repetir situaciones como las ya mencionadas en Alemania y Argentina con gobiernos que avasallaron los derechos humanos de sus ciudadanos, pero el sistema democrático no está exento de profundas diferencias respecto de un sinnúmero de ideales morales enfrentados relativos a cómo ordenar y mantener la vida pública de un país. El conflicto sigue siendo hoy un rasgo distintivo de la vida pública. Conceptos como libertad, valor, identidad, religión, etc., están siendo fuertemente tensionados por las sociedades modernas.

En este contexto, y dado el peso que tienen aún los obispos de manera individual y colectiva a través de sus acciones y documentos eclesiales, es fundamental que logren delinear procedimientos y acciones concretas para que en el futuro su voz se alce firme y decidida en la defensa total de la vida y la dignidad humana allí donde el Estado o cualquier grupo humano pretenda menoscabarlas o suprimirlas.

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Duhau, J. B., Forcat, F., Motto, A. y Taricco, M. (2023). ¿Un silencioso e invalorable apoyo? La actuación del episcopado argentino frente al terrorismo de Estado. En C. M. Galli, J. G. Durán, L. Liberti y F. Tavelli (eds.). La verdad los hará libres. Interpretaciones sobre la Iglesia en la Argentina, t. 3 (pp. 333-360). Buenos Aires: Planeta.

Duhau, J. B., Forcat, F., Motto, A. y Taricco, M. (2023). “En esta encrucijada, el silencio dice algo”. Sesgos, advertencias y profecías en el discernimiento de los obispos argentinos. En C. M. Galli, J. G. Durán, L. Liberti y F. Tavelli (eds.). La verdad los hará libres. Interpretaciones sobre la Iglesia en la Argentina, t. 3 (361-381). Buenos Aires: Planeta.

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