Semanas atrás, el diario La Nación de Buenos Aires publicaba una nota de Diego Giacomini y Mariano Fernández que pasó desapercibida, titulada “Como desarmar el problema de las Leliq sin dañar la propiedad privada”.
Su objetivo, como ellos mismos enuncian, fue “enriquecer el debate intelectual ofreciendo una alternativa de política económica para solucionar el problema de las Leliq, Notaliq y Pases del Banco Central sin dañar la propiedad privada, cuyo respeto es fundamental¨.
En dicho artículo, los autores definían a la propiedad privada de la siguiente manera:
La propiedad privada no es una construcción social, sino que emana del derecho a la auto posesión con el cual nace el ser humano, con lo cual está alineada con la ética de la libertad y por ende, su existencia es justa. El cuerpo es nuestra propiedad privada primaria. Nuestro intelecto, energía y fuerza de trabajo, que también son propiedad privada primaria, transforman el entorno para propiciarnos los medios para alcanzar nuestros fines: sobrevivir, vivir, prosperar y desarrollarnos. La propiedad privada se obtiene mediante la apropiación originaria, el ahorro y la producción y/o los intercambios espontáneos y voluntarios de títulos de propiedad en libre mercado donde ambas partes (ex ante) se benefician. Entendiendo esto, se comprende que la propiedad pública es un oxímoron.
Semejante afirmación y el resto del contenido del artículo publicado en un diario de alcance nacional como es La Nación nos deberían hacer pensar respecto del concepto de propiedad privada en épocas actuales, y especialmente en nuestro país.
De alguna manera, sus autores parecieran querer absolutizar el concepto de propiedad privada para el caso de los tenedores de los instrumentos financieros mencionados. Sin embargo, es justo reconocer que estamos lejos de que esa absolutización prospere en la actualidad, como ellos mismos dejan entrever en el siguiente párrafo: “somos conscientes que la casta política muy difícilmente adoptará este plan. No solo porque su adopción va contra sus privilegios de casta, su poder y sus intereses, sino porque la mayor parte de los argentinos tampoco lo avalaría”.
Para corroborar esta afirmación basta bucear en los medios de comunicación, donde nos encontramos con posiciones en las antípodas de tan tajante definición. Desde el llamado a la reforma agraria del dirigente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, Juan Grabois, hasta la (polémica, para muchos) definición de la propiedad como un derecho secundario hecha por el papa Francisco.
Siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso.
La discusión sobre la propiedad privada se remonta a muchos siglos atrás. No existe filósofo político que no haya transitado el tema en alguna de sus obras. Hobbes, Locke, Hume, Marx, Proudhon, Saint-Simon y Adam Smith, por solo citar algunos, abordaron el conflicto desde distintas perspectivas. Por un lado, la idea de que esa posesión puede ser de origen natural, histórico o de orden legal; y por otro lado, una mirada que va desde una fuerte intervención gubernamental hasta su total posesión en manos del Estado. La propia Iglesia católica, con Francisco de Vitoria y santo Tomás, tuvo distintos abordajes respecto de la propiedad, entre los que se destacan su justificación y sus límites como temas centrales.
Sería imposible abarcar en estas breves líneas el inmenso recorrido conceptual que el tema de la propiedad privada significó para la historia de la humanidad. Sin embargo, podemos afirmar que cuando el hombre transitó de un sistema de vida sedentario a asentarse en un territorio determinado y definió esa tierra como “propia”, el mundo económico/político cambió para siempre.
Estamos en una época en la cual la propiedad se concentra cada vez más en manos de unos pocos. Según un informe del banco internacional Credit Suisse, cerca de la mitad de la riqueza del mundo la tiene el 1,1% del total de la población global. Cabe, sin duda, hacerse la pregunta de qué haremos en el futuro, si esta situación se profundiza, para seguir manteniendo el concepto de propiedad privada de cara a intensos cuestionamientos sociales, políticos y, seguramente, morales.
Como siempre, “volver” a las fuentes clásicas de la filosofía política nos puede ayudar a dilucidar algunas ideas al respecto. En este sentido, quizás sea John Locke, como ningún otro autor, quien sentó las bases del concepto en su famoso Ensayo sobre el gobierno civil, en el que eleva a la propiedad privada al estatus de derecho natural. Nos explica allí que:
cada hombre detenta, sin embargo, la propiedad de su propia persona. Sobre ella, nadie, excepto él mismo, tiene derecho alguno. El trabajo de su cuerpo y la obra de sus manos son, podemos afirmarlo, propiamente suyos. Por ende, cualquier cosa que ha sacado del estado en que ha sido suministrada por la naturaleza y en el que ésta la ha dejado, con lo que mezclado su trabajo y a lo que le ha añadido algo que es suyo propio, la convierte consecuentemente, en su propiedad.
Ya tenemos, al menos para Locke –y para toda la tradición filosófico-política que validó el trabajo como fuente de apropiación–, su justificación. Ahora, nos faltaría establecer sus límites. Por un lado, el autor determina uno al que podríamos llamar de “suficiencia”, que indica que no deberíamos apropiarnos de bienes perjudicando a otras personas e imposibilitándolas de hacer lo mismo. Por otro lado, está el tema de la “degradación” de los bienes apropiados: si aquellos bienes de los que me apropio se echan a perder, me he excedido y he tomado de ellos más de lo que me correspondía. En síntesis, el trabajo, que quede suficiente para los demás, y que los bienes que hago propios no se pudran son la base entonces de la justificación moral para Locke.
Un vez entendida la dinámica de la propiedad privada, cabe preguntarnos por qué es tan importante en las sociedades actuales. Podríamos argumentar que constituye la base de nuestra subsistencia, pues a partir de ella podemos proveernos de los bienes y servicios que necesitamos para vivir. Sin embargo, es interesante apreciar en las sociedades modernas una acumulación infinita de esos bienes y servicios que exceden ampliamente nuestras necesidades.
Quizá sea interesante la reflexión de otro filósofo político, Michael Walzer, que en Las esferas de la justicia nos explica cómo esos bienes nos brindan pertenencia en las sociedades en las que vivimos y desarrollamos nuestra actividad. En efecto, para el autor, el dinero no solo compra el objeto adquirido, sino también la pertenencia a la sociedad:
el dinero no sólo compra alimentos y ropa y alojamiento y artefactos y vacaciones y coches… Cuando los individuos no están protegidos de esta inexorable dinámica de las economías de dinero por algún enclave cultural local, no pueden dejar de definirse a sí mismos de la manera más elemental más que en los términos de su acceso a todas aquellas cosas que el dinero puede comprar.
La mercancía gestiona entonces dicha pertenencia: a menos que poseamos cierto número de cosas socialmente exigidas y apreciadas, no podremos ser personas socialmente reconocidas. El problema no radica solo en cuánto tengamos, sino en cómo nos posiciona dicha propiedad en el estatus social de la comunidad en la que vivimos. El incesante bombardeo de publicidad, la facilidad para la compra de bienes y servicios a través de las redes sociales e Internet, el efecto de comparación al que los medios masivos de comunicación nos exponen, de alguna manera incitan a esa necesidad permanente de adquirir en propiedad nuevos bienes y servicios.
Ahora bien, en la actualidad ya no existen tierras sin propietarios que conquistar ni productos que se pudran, sino que el dinero vino a posibilitar un acaparamiento infinito de propiedad.
Simultáneamente, la tenencia de todo tipo de activos financieros –empezando por las tradicionales acciones, hasta las nuevas criptomonedas y una multitud de nuevos productos financieros– permite a los nuevos propietarios saltearse los límites propuestos por la tradición moral de condicionar de alguna manera la propiedad.
Retomando el artículo al que hicimos referencia al principio, vemos hasta dónde llevan este pensamiento sus autores:
el Estado Nacional debería hacerse cargo del stock de deuda cuasi fiscal absorbiendo dichos pasivos (valuados en dólares oficiales) en el balance del Tesoro. Del otro lado, los acreedores de dicha deuda en dólares no serán los bancos (se los saca del medio sin permitir que se beneficien), sino los depositantes del sistema bancario. La deuda cuasi fiscal deberá ser pagada mediante la liquidación de todos los bienes de propiedad del Estado que serán vendidos en licitación internacional, pudiendo los tenedores de depósitos formar parte de dicho proceso como socios tenedores de acciones de los activos securitizados.
Llegamos a imaginar que la propiedad es tan absoluta que debemos considerar que un Estado se remata para defender la propiedad de aquellos tenedores de… leliq, notaliq, pases y otros…
¿Dónde quedaron las argumentaciones antiplusvalía de la clase empresarial en respuesta a Karl Marx, que argumentaban que el riesgo y las pérdidas implícitas en toda actividad económica eran la base de legitimidad de sus ganancias?
En una Argentina que según el Observatorio Social de la UCA tuvo en el año 2021 más de un 44% de pobres, necesitamos repensar también los argumentos morales de la propiedad, y respecto de esto, Locke tiene mucho para decirnos. Sostener entonces que aquellos poseedores de activos financieros son “acreedores privilegiados” en la venta de los bienes del Estado frente a la hipoteca social que significa la existencia de millones de pobres es algo que deberíamos debatir profundamente.
Habitualmente en economía, cuando no se genera riqueza, como en nuestro país, la que existe, si sube para un sector, baja para el otro.
En cuestiones tan importantes y sensibles deberíamos empezar por hacernos esas preguntas que se hizo el gran filosofo político: ¿estamos realmente dejando algo para los demás? ¿La propiedad que cada uno de nosotros posee es fruto de nuestro trabajo o de una especulación financiera que atenta incluso contra la existencia misma de un país como la Argentina?
Quizás impensadamente, aquella frase tan polémica del dirigente social en la toma del campo en Entre Ríos, “queremos que la tierra sea de quien la trabaja”, encontraría a John Locke en la misma vereda.
Hola, me resultó muy interesante la nota. Si bien no provengo del ámbito académico, mis reflexiones tienen el respaldo de 37 años de experiencia laboral en Argentina. Estos comentarios no tienen por objeto más que aportar una perspectiva desde el “llano” acerca de la propiedad privada.
Con el espíritu de enriquecer el debate, quisiera destacar tanto las coincidencias como algunas discrepancias con el autor. Por empezar, si bien coincido con ellos en la defensa de la propiedad privada, los dos autores del artículo de LN referido, se equivocan al decir que la propiedad pública es un oxímoron.
Coincido también con el autor, en que el capitalismo de occidente deberá revisar y replantear urgentemente el tema de la distribución de la riqueza.
Sin embargo, esto no debería desafiar en modo alguno la propiedad privada, ni justificar “matices” o “grados”.
En mi opinión, la propiedad privada es sagrada y es uno de los pilares de la convivencia en una democracia occidental y en las sociedades libres. La sistemática violación de la propiedad privada y la carencia de instituciones sólidas son dos de las principales causales del vergonzoso aumento de la pobreza en Argentina (por citar una referencia, desde el aproximado 5% de 1975 al 44% actual). Es una trampa “usar” el aumento de la pobreza para relativizar el derecho de propiedad. En nuestra región, exceptuando Venezuela, solamente Argentina ha tenido un aumento impúdico del número de pobres. El permanente déficit fiscal financiado con emisión y/o deuda, la ineptitud de la clase política, la corrupción, la falta de consensos básicos, el populismo y el voto cautivo son la causa del incremento de la pobreza. Con el argumento de la pobreza, tampoco se puede elevar el gasto público de forma descontrolada financiado por un interminable aumento de impuestos a los que pagan. Debemos recordar, además, que en estos momentos aproximadamente el 50% de la economía de Argentina es informal. Insisto en este punto: relativizar la intangibilidad de la propiedad privada mediante los consabidos argumentos de las permanentes crisis de argentina, la casta de nuestros políticos y sus privilegios, la opinión del Papa y/o la carga ideológica de una parte importante de nuestra sociedad, es un camino ruinoso.
Rematar los bienes del Estado para defender la propiedad de aquellos tenedores de leliq, pases etc puede parecer un exceso. Toda economía moderna precisa un sistema financiero sano para operar y crecer. Por esa razón, en anteriores crisis bancarias, los ciudadanos (contribuyentes) hemos terminado pagando los errores de los bancos, del Estado regulador y de algunos empresarios (no solo en Argentina sino también en el mundo) a través de los denominados rescates. Habiendo dicho esto, el Estado Argentino es un “defaulteador” serial de su deuda (tanto en moneda extranjera como en moneda local). Esto no es gratis, seguiremos pagando las consecuencias por muchos años más, tal vez décadas, y no se subsana aduciendo simplemente que era “un riesgo empresarial” y por ende los tenedores de dichas letras, bonos y/o los depositantes de los bancos deben aceptar alegremente una nueva violación al derecho de propiedad.
Me permito disentir con el autor respecto del párrafo: “Habitualmente en economía, cuando no se genera riqueza, como en nuestro país, la que existe, si sube para un sector, baja para el otro”.
La solución jamás puede pasar por cuestionar, menospreciar o relativizar la propiedad privada.
Los hechos hablan por sí solos. Durante los últimos 60 años atentar contra la propiedad privada de quienes legítimamente crearon riqueza pagando sus impuestos, no ha contribuido a mejorar la calidad de vida ni ha aumentado el ingreso per cápita de los argentinos. La emigración de patrimonios y capital humano de los últimos dos años es una muestra clara. Tampoco es sostenible en el tiempo que aprox 8 millones de contribuyentes soporten un sistema de jubilaciones, pensiones y subsidios de toda clase, tamaño y color de más de aprox 24 millones de personas. Otro de los muy serios problemas actuales de nuestro país es el resentimiento (abonado por buena parte de establishment político) de una porción importante de la población: ser exitoso está mal visto; al empresariado como agente imprescindible del bienestar general, se lo mira con recelo. Esto es sumamente dañino y me consta que no ocurre en países vecinos más exitosos como Brasil, Uruguay o Paraguay, ni hablar de los Estados Unidos de Norteamérica o en países de la Unión Europea.
El último fragmento podrá ser un cierre retórico a una nota por lo demás inspiradora, pero dudo que John Locke hubiera confraternizado con Grabois: “Quizás impensadamente, aquella frase tan polémica del dirigente social en la toma del campo en Entre Ríos, “queremos que la tierra sea de quien la trabaja”, encontraría a John Locke en la misma vereda”. Darle un justificativo filosófico a delitos como la usurpación, la extorsión y la corrupción puede resultar aún más dañino que la pobreza que hemos engendrado como sociedad.
Gastar sistemáticamente más que nuestros ingresos, financiando este déficit estructural emitiendo dinero y/o elevando indefinidamente los impuestos a quienes pagan (“cazar en el zoológico”), o endeudándonos para luego defaultear y violar la propiedad privada, y distribuir lo que no creamos ha sido la causal de la vergonzosa pobreza estructural en la que están atrapados (literalmente) millones de argentinos.
Me gustaría concluir sugiriendo que la solución pasa por generar ciertos consensos básicos. En base a dichos consensos, fijar políticas de estado que perduren en el tiempo, recrear el funcionamiento de las instituciones para combatir la corrupción; respetar los contratos; los compromisos asumidos y la propiedad privada; crear riqueza mejorando el sistema de distribución mediante (pocos) impuestos progresivos, no los 170 que tenemos; finalmente incorporando la mayor proporción posible de la economía en negro al sistema formal. Es mucho más fácil enunciarlo que hacerlo, será largo y doloroso, pero si queremos bajar la pobreza propongo arrancar cuanto antes.
Estimado Alejandro:
Muchas gracias por sus comentarios a la nota que sin duda la enriquecen con distintos pareceres. Que se haya tomado el trabajo de escribirnos para compartir sus reflexiones nos ayuda mucho a sentir que estamos en el camino correcto. Tenemos que abrir estos debates en la Argentina en la búsqueda de esos consensos básicos que usted bien menciona. Mi intención al escribirla fue justamente esa; la de despertar en el lector distintas reflexiones sobre el concepto de propiedad privada, base y pilar del capitalismo actual. Buscar un espacio de debate en el disenso respetuoso, es lo que nos debemos los argentinos cruzados por la intolerancia y la dificultad de escuchar al otro. Ojalá que este sea apenas la primera de sus futuras intervenciones en el Blog. Cordialmente.
La intolerancia entre nosotros, los argentinos, tiene una larga y triste historia. Los desencuentros a lo largo de nuestros doscientos y pocos años de vida independiente son mucho más numerosos que los consensos. La única vez que se logró un cierto consenso, me refiero a la generación del ’80, en poco más de 30 años, el país progresó fenomenalmente. Pero las dificultades que provocó ese progreso no pudieron resolverse en consenso y a partir de 1930 las divisiones y los extremismos de uno y otro lado dilapidaron poco a poco todo lo que se había hecho de bueno y solo acentuaron los males. Bajo una falsa neutralidad nos asociamos a la Alemania nazi y copiamos varias instituciones de la Italia fascista. Y la irrupción del peronismo no hizo sino acentuar las divisiones. Discutir que la democracia y el capitalismo son el camino que nos puede devolver a ser una nación progresista me parece algo increíble.
Ufff, osaste defender el sentido común de Grabois. Anatema! 🤣