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1. Sobre la relación entre la historia y la ideología

Los debates sobre la historia admiten distintos abordajes donde siempre hay una mezcla de elementos de análisis. Por un lado, tenemos los elementos objetivos, relacionados con el método científico empleado en la investigación histórica, con la interpretación rigurosa de los datos y con una educación que prepare a los estudiantes para comprenderlos. El conocimiento histórico es objetivo, está basado en evidencia documental y en la capacidad de interrogar la realidad social pasada en sus propios términos (independientemente de que nos guste o no). Por el otro lado, tenemos los elementos ideológicos, relacionados con los distintos fines que perseguimos a nivel personal y comunitario. La palabra “ideología” es entendida acá en sentido positivo, como sinónimo de cosmovisión, de ideales a alcanzar, de valores a defender. Se trata de una construcción interpretativa de la vida social en base a ideas y creencias. Solo una visión materialista, que denigra el poder y el rol de las ideas y valores en la vida humana, puede entender la ideología como una falsa representación de la realidad.

Para ilustrar el peso de la ideología en el análisis de la historia podemos remitir a la historia de las constituciones en América Latina: si se considera la libertad individual como un ideal prioritario, entonces la Constitución Argentina de 1853 será interpretada como un texto valioso, pero si la igualdad material es el ideal prioritario entonces la Constitución de México de 1917 quizás sea la preferida. En todo caso, cualquiera sea nuestra ideología no podemos evadir la responsabilidad de contemplar las consecuencias que acarrea para el bienestar personal y social.

Si aspiramos a hacer un uso apropiado de la historia debemos diferenciar y explicitar los elementos objetivos e ideológicos en los debates, con sus implicancias y sus posibles consecuencias, así como promover un clima de respeto y reconocimiento de las diferencias de opiniones. Lo relevante, entonces, es en qué medida se respeta este criterio de diferenciación y cómo podemos reforzar una sana cultura de la interpretación y del debate ideológico en un marco pluralista.

Un ejemplo contrario a ese marco pluralista fue el Monitor de la Educación Común publicado entre 1900 y 1949 en la Argentina, que promovió un proyecto nacionalista centralizado de educación patriótica, dejando atrás el proyecto de Sarmiento que aspiraba a un desarrollo personal a través de la educación. Como lo expone Carlos Escudé en El fracaso del proyecto argentino, entre las frases allí citadas figuran las siguientes: “La razón principal para la enseñanza de la historia es dar vida al sentimiento nacional y el amor de la patria”; “el primer y más importante deber del individuo y del ciudadano es amar, honrar y servir a su Patria”; [la patria] es un “alma invisible” que está “por encima de todas las doctrinas, superior a todo interés y más poderosa que toda voluntad”, y es “única fuente inextinguible de verdadera gloria” (pp. 53, 98).

Sin embargo, el concepto de patria así entendido es cuestionable. Prefiero, en vez, la noción de Alberdi que entiende a la patria como una obra civilizadora de progreso, comenzada en estas tierras por España y que debía completarse a partir del nuevo orden republicano liberal de 1853. “La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización organizados en el suelo nativo”, escribe Alberdi en Bases y puntos de partida.

Otro ejemplo del uso inapropiado de la historia es el libro Proyecto 1619: Nuevos Orígenes,[1] publicado en los EE.UU. por un grupo de periodistas, artistas y académicos al cumplirse 400 años de la llegada de los primeros esclavos africanos a Virginia. Los autores afirman que el aspecto más saliente de la historia estadounidense es el conflicto racial con origen en la esclavitud originaria; que el origen del país no es la Declaración de Independencia con su pacto deigualdad y libertad, sino un sistema social, económico, y político anclado en la esclavitud  cuyos efectos opresivos continúan hasta hoy. Con un fin didáctico, se imprimieron cientos de miles de copias del texto para su distribución gratuita en escuelas, bibliotecas y museos de todo el país, y luego se hizo un documental. La narrativa del Proyecto 1619 busca promover la lucha identitaria de raza como principal motor de la historia norteamericana, y revela el predominio ideológico por sobre el conocimiento histórico objetivo. Fundamentalmente, desconoce que son muchos los elementos convergentes en la historia de ese país, que no pueden reducirse a un solo aspecto (la esclavitud) ni a un momento “fundacional”, por cierto muy cuestionable en términos de lo que une a esa nación.

En líneas más generales, el uso de la historia en el aula no puede ser reducida a un cúmulo de aspectos negativos tales como la explotación, el engaño, las conspiraciones, etc. Una ideología reducida a la supuesta descripción de un mundo moralmente malo o contaminado pasa por alto el elemento objetivo en la historia, que incluye logros y beneficios generales. Como nos recuerda Popper,[2] deberíamos evitar esa clase de miradas cínicas y juzgar los hechos pasados en conjunto, tanto ​​histórica como moralmente, para celebrar e imitar los aciertos y también para aprender de los errores y omisiones.

2. Sobre la memoria y la historia 

Hacer memoria y estudiar la historia son tareas diferentes que convergen en el abordaje del pasado. La memoria revela aquellos aspectos secretos o minimizados de la acción humana, pretende dar testimonio y recordar a las víctimas de las tragedias históricas. La memoria se simboliza en sitios y monumentos como el Parque de la Memoria en Argentina, el Memorial de Auschwitz en Polonia, el Monumento de Sighet en Rumania y tantos otros lugares que recuerdan a las víctimas de regímenes políticos opresivos. En una sociedad democrática, la memoria debe ser pluralista e incluir una diversidad de voces y de estilos, individuales y colectivos, desarrollados tanto en espacios públicos como privados. Dentro de este campo, señalé en un trabajo anterior las formas artísticas de la memoria sobresalen por su peculiar registro emocional y su tono íntimo que les posibilita llegar a un público más amplio.[3] En contraste, la investigación histórica aplica un mayor rigor analítico. Su registro no es emocional ni simbólico sino cognitivo, pretende hacer un aporte al conocimiento. Memoria e historia se complementan; no están en disputa, siempre y cuando no pretendan fusionarse, eliminarse o silenciarse mutuamente.

Por otro lado, memoria e historia enfrentan riesgos en común. Primero, algunos cuestionan la memoria y la historia con el argumento de que están ligadas a las estructuras de un poder difuso (económico, intelectual, social) que produce, organiza y condiciona el conocimiento histórico. Este es el argumento posmoderno con base en el pensamiento de autores como Foucault, que socava toda pretensión de legitimidad de los saberes y memorias transmitidos por generaciones y enseñados en la escuela. Un argumento similar ofrece el ensayista Harari al sostener que “el pasado todavía controla cómo pensamos, cómo nos comportamos, a través de historias que la gente inventó hace siglos; [no son] leyes de la naturaleza ni la verdad absoluta (…) si entendemos cómo estos relatos fueron creados, podemos debilitarlos, liberarnos de ellos”.[4] Contra esas posturas, Popper nos recuerda que el conocimiento objetivo es posible, es alcanzable, nos une en una comunidad, nos permite progresar.[5] Las tradiciones históricas (en ciencia, filosofía, historia, arte) nutren ese conocimiento y por eso hay que familiarizarse con ellas. La escuela cumple un rol fundamental e irremplazable en este último sentido.

Otro riesgo en común que enfrentan la investigación histórica y la construcción de la memoria es el de transformarse en una única versión “oficial” cerrada a todo cuestionamiento. En el caso extremo figura el intento totalitario de suprimir hasta la más mínima disidencia; en situaciones menos extremas se ubican las cancelaciones, silenciamientos y manipulaciones de las interpretaciones divergentes respecto de lo que algunos piensan debe ser el pensamiento correcto.  

3. Las polémicas sobre la historia argentina  

El gobierno de Rosas, el modelo de la generación del ochenta, el peronismo y la violencia de los años setenta son temas de fuertes disputas ideológicas en la Argentina, según se reivindiquen ciertos valores fundacionales en la historia o se busque cuestionarlos y revisarlos para fundar un orden político nuevo. Volviendo a la distinción entre los elementos objetivos y la ideología, esas disputas no debieran afectar la investigación de la verdad histórica. Cuando eso sucede, estamos frente a mitos que no tienen correlato en los hechos. Uno de esos mitos es aquel según el cual el modelo socioeconómico de la generación del ochenta fue esencialmente oligárquico y regresivo, en tanto no estuvo acompañado de un desarrollo social armónico. Sin embargo, la investigación histórica no corrobora tal hipótesis. En 1913 los salarios de Buenos Aires eran un 25% más altos que los de París, y el salario promedio de un inmigrante en Buenos Aires era similar al de Nueva York; en 1914 el analfabetismo había caído de tres cuartos a un tercio de la población, y en Buenos Aires la esperanza de vida pasó de 28 años en 1869 a 48 años en 1914, logros posibilitados gracias a las ideas y acciones de la generación del ochenta.[6] Sus beneficios alcanzaron a la población local y extranjera por igual: el 80% de la propiedad rural en Santa Fe llegó a estar en manos extranjeras,[7] y hacia 1914 la cantidad de propietarios extranjeros en Buenos Aires era mayor a la de propietarios locales.[8]

De modo que los mitos pueden útiles para generar símbolos de unión, mover a la acción y ser fuente de inspiración política. Pero si el mito está disociado del método de la razón y se somete a un mandato ideológico, corre el riesgo de esconder la verdad histórica y de promover la irracionalidad y el conflicto.[9]

4. Sobre la historia y la inteligencia artificial

¿Tiene la historia alguna utilidad para las nuevas generaciones, atravesadas como están hoy por las redes sociales, la inteligencia artificial y la inmediatez y fugacidad en su relación con el tiempo? Tiendo a creer que sí. La historia como disciplina de estudio tiene futuro porque la naturaleza humana seguirá siendo la misma, en parte ocupada y preocupada por ciertos temas y problemas políticos desde la Antigüedad: el ejercicio legítimo o ilegítimo del poder de gobierno, el peso de la ambición y las traiciones, cómo tomar las decisiones colectivas, la perenne fragilidad del individuo frente al Estado, la tensión entre ley positiva y ley moral, etc.

Los historiadores y docentes seguirán mostrando cómo se resolvieron o agudizaron esos problemas en el pasado; seguirán ayudando en la batalla contra nuestra propensión al olvido, enfrascados como estamos en la inminencia de lo personal y cotidiano. No estoy de acuerdo con Borges cuando en “Otro poema de los dones” agradece “el olvido, que anula o modifica el pasado”. Por el contrario, recordar el pasado es recuperar parte de nuestra identidad como individuos y como país.

Las nuevas generaciones podrán aprender de la historia cuestiones universales sobre la existencia humana que permanecen a pesar de los distintos contextos locales y de los cambios sociales y tecnológicos. De hecho, hoy más que nunca podemos aprender de la historia gracias a la inteligencia artificial que facilita el acceso a múltiples datos y fuentes. Pero la inteligencia artificial también se equivoca, por eso la función de la investigación histórica no podría ser reemplazada, ya que consiste en imaginar nuevas formas de someter a prueba los hallazgos e hipótesis que la misma inteligencia artificial genera. Mientras exista una sola persona humana en la tierra podrá dialogar con y refutar, si fuera necesario, los contenidos generados artificialmente.

Por esa misma razón, el riesgo que la inteligencia artificial conlleva (sobre todo en el aula) es persuadirnos de que no sea necesario someterla al proceso de corroboración, es decir, en contentarnos con la primera respuesta o ceder a la crédula actitud de aceptar todo lo que nos cuenta. En tal sentido, el antídoto sigue siendo el mismo de siempre: la actitud crítica aplicada a la investigación histórica, que debe preservarse frente al avance de la inteligencia artificial.

El desafío, entonces, permanece intacto desde tiempos inmemoriales: estudiar el pasado con criterios rigurosos, guiados por valores y creencias, para iluminar el presente y aspirar a construir un mundo mejorado.*


[1] Nikole Hannah-Jones, The New York Times Magazine, Caitlin Roper, Ilena Silverman y Jake Silverstein, The 1619 Project: A New Origin Story, Penguin Random House, 2021.

[2] Karl Popper, “Against the Cynical Interpretation of History,” en All Life is Problem Solving, Routledge, 2001 [1991], pp. 105-115.

[3] Alejandra Salinas, “Hacer memoria a cien años de la Revolución Rusa” (2017).

https://www.academia.edu/34872287/Hacer_memoria_a_cien_a%C3%B1os_de_la_Revoluci%C3%B3n_Rusa

[4] Yuval Noah Harari,entrevista de Patricia Kolesnicov para Infobae, 20 de octubre de 2022. https://www.infobae.com/leamos/2022/10/20/yuval-noah-harari-en-exclusiva-la-historia-fue-inventada-para-ganar-poder-es-peligrosa-entender-como-fue-creada-la-debilita/

[5] Karl Popper, K. “La lógica de las ciencias sociales”. En: Popper, K. R., Adorno, Th. W, Dahrendorf, R. y Habermas, J. La lógica de las ciencias sociales. Trad. Jacobo Muñoz, Grijalbo, 1978, 9-27.

[6] Roy Hora, “Generación del 80: el progreso como ideal”, La Nación, 10 de marzo de 2017. 

[7] Oscar Cornblit, Ezequiel Gallo y Alfredo O’Connell, “La Generación del 80 y su Proyecto: Antecedente y Consecuencias”, Desarrollo Económico 1 (4), 1962, pp. 5-46.

[8] Francis Korn, F. y Lidia de la Torre, “La vivienda en Buenos Aires 1887-1914”, Desarrollo Económico 25 (98), 1985, 245.

[9] Alejandra Salinas, “Mito, verdad y razón en la filosofía política: el caso del populismo”, Revista Fe y Libertad 6 (2), pp. 139–157.

https://revista.feylibertad.org/index.php/revista/article/view/179

* Estas notas fueron preparadas para el segundo encuentro del Ciclo Diálogos del Pizzurno, organizado por Carlos Hoevel, que tuvo lugar el martes 12 de noviembre de 2024 en el Palacio Sarmiento, Buenos Aires.

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